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martes, 14 de junio de 2011

El Libro de los Talleres Imaginarios





El Taller Imaginarios, nombre artístico del grupo que conforman los alumnos de la Universidad Nacional de Villa María que asisten al Módulo de Arte en la Sede Córdoba, han participado del El libro de los Talleres que la editorial Dunken organiza todos los años. En esta oportunidad han escrito Soledad Álvarez, Norma Gavier, María Florencia Maggi, Analía Moreno, Silvia Risso, Florencia Rodríguez, María Isabel Romero Molina y Virginia Sosa del Río. La experiencia de publicar en una editorial de Buenos Aires nos alienta a seguir con nuevos proyectos que se concretarán durante el 2012.

Fabián G. Mossello Coordinador de Imaginarios.




lunes, 13 de junio de 2011

Ernesto Sábato Entre el átomo y la palabra

                                                                                                                     




Ernesto Sábato
                       Entre el átomo y la palabra
                                                                                                
                                                                                              Fabián G. Mossello

Escribir sobre un escritor que aún estaba vivo, pero que era en sí una leyenda por su obra y su longevidad, era ya un desafío. Ahora que el escritor ha muerto, antes que empezara a escribir aquella nota, se me ocurre un desafío doble. Es que la muerte amplifica los nombres, construye mitos donde antes habitaba el hombre y la palabra. Este es el caso de Ernesto Sábato, cuya reciente muerte ha reactivado las memorias sobre un escritor algo olvidado en los últimos tiempos.
Para contar sobre él, y rendir un homenaje mínimo desde el recuerdo, no apelaré al discurso de la academia -a la que pertenezco- y los recursos del crítico literario con sus arideces conceptuales. Sólo voy a ser un simple lector de Sábato. Como dice Roland Barthes, escribir unas lecturas supone ´levantar la cabeza´, hacerles guiños al texto para evocar las relaciones de nuestros propios recorridos con los que el autor nos invita a transitar. Haré, entonces, una lectura plural, abierta a las redes textuales, la emoción y también la ocurrencia. Por lo tanto, intento no inscribir un artículo o monografía del escritor; más bien me inclino a pensar desde el género que los latinoamericanos hemos escogido como camino de las ideas: el ensayo. Un ensayo sobre Sábato voy a escribir.
Escritor del inconsciente; alambique del antirracionalismo y creador de una obra singular, Sábato es uno de los pocos que pudo, durante el siglo que lo albergó, el XX, escapar al influjo de las modas, llámese Borges, Marechal, Cortazar o Arlt, y producir una obra con marcas únicas. Desde sus temprano ensayos y novelas como Uno y el Universo (1941), El Túnel (1948), Hombres y Engranajes (1951), para llegar a su obra principal Sobre Héroes y Tumbas (1961) y más tarde Abaddón el Exterminador (1974), hasta sus ensayos de madurez Antes del Fin (1998) y La Resistencia (2000), Sábato no deja de proporcionarnos cuotas equilibradas de angustia y esperanza como parte de un oxímoron conceptual que vertebra toda su obra. Rara síntesis que lo aleja, al mismo tiempo, del nihilismo de Arlt y del alambique intelectual de Borges. Sabato es Sabato.
Esta singularidad quizás se pueda entender en la convergencia de factores disímiles que articulan datos de su vida familiar, su formación académica y sus ‘oficios terrestres’ de escritor. Hijo de inmigrantes calabreses, Sábato nació en la ciudad de Rojas, Provincia de Buenos Aires en 1911. Al terminar sus estudios en la escuela primaria, debió viajar a La Plata para completar la escolaridad secundaria en el reconocido Colegio Nacional, en el que conoció a destacados escritores como Pedro Henríquez Ureña. Su vinculación con La Plata fue determinante para el futuro de Sábato, por lo menos en esta primera etapa de su vida, cuando ingresó a la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas de la que egresó como físico. Sus estudios lo llevaron más tarde, a Francia, a trabajar con la vanguardia en investigaciones atómicas, en el laboratorio Curie, en donde tomó conciencia de la potencialidad destructiva que se esconde en lo ínfimo de la materia: el átomo. Poder que vinculará, más tarde, y lejos ya de la ciencia, al proceso creciente de deshumanización del hombre en manos de ella.
Esta tensión entre ciencia y hombre, articulará diversos complejos temáticos y gnoseológicos, que en la escritura sabatiana se plasman en personajes, historias, conceptos y visión del mundo, para configurar intensos y originales complejos míticos, entre los que se destaca la idea de que ciencia deshumaniza al hombre, y genera, de una forma u otra, dolor, espanto y guerra.
A la luz de esta matriz genética se alinean ensayos fundacionales como -Hombre y Engranajes (1951)- y, sobre todo, su última novela Abaddón el Exterminador (1978), que articula, a través del recurso de la autoficción (un personaje principal, que no sólo investiga en el Curie, sino, además, lleva casi el mismo nombre del escritor) la crítica a la desintegración del átomo, en tanto metáfora de la desintegración del hombre contemporáneo. Ante las ascuas de una fusión atómica inevitable, el físico de Abaddón se va a tomar un café y prefiere no ser testigo del acontecimiento que dividirá dos eras:

Le pregunté a Cecilia si había hecho las mediciones (…) Sí, naturalmente (….)
-Qué pasa- le grité-.
Se asustó y buscó su electrómetro (…)
Busqué un recipiente con el actinium y lo saqué del tubo de plomo. Pero estaba distraído, me equivocaba torpemente.
Lo volví al tubo y decidí ir a tomar un café (Abaddón, pág. 86).

Abaddón es metáfora de nuestro mundo y, en la encrucijada de discursos filosóficos y literarios, Sábato se lanza a una de sus tantas utopías: la de demostrar que la ciencia ha desmembrado -como el átomo del Curie- el espíritu del hombre, hasta hacerlo máquina, engranaje de un mecanismo sin fin. Recuerdo una película reciente Matrix y no dejo de asombrarme por la vanguardia de Sábato.
Para el escritor, la tensión entre hombre y máquina tiene su origen en el espíritu de división y fragmentación iniciado en el Renacimiento y que continúa, con matices, hasta nuestros días. Como dice uno de sus críticos más lúcidos, Luis Waimerman, para Sábato:

El siglo XX se dice, es la consecuencia del Renacimiento. Uno de los sentidos, llamémosle históricos de la obra de Sábato es mostrar que la revolución científica de la Nova Ciencia se debió a un mero cambio de mirada. Ya no el asombro cándido proveniente de los contemplativos físicos griegos, sino la incauta astucia del lince renacentista” (Waimerman, pág.111).


El otro gran complejo de pensamiento lo constituye su visión sobre la naturaleza humana. Sábato insiste, desde sus primeros escritos, en la pervivencia en el hombre de una materia contradictoria -oscura y clara- al mismo tiempo, que opera sobre sus conductas, y los modos de hacer cultura e historia. Dos de sus novelas, que sobresalen en la producción sabatiana por sus recorridos de lectura -El túnel (1948) y Sobre Héroes y Tumbas (1961)-, responden a este itinerario filosófico-literario; las figuras de Martín y Alejandra son emblemáticas y representan esa cosmovisión existencial compleja entre la soledad y el vacío sartreano, y la esperanza como teleología de un futuro:

Los dolores de Martín se habían ido acumulando uno a uno sobre sus espaldas de niño, como una carga creciente y desproporcionada (…) De modo que él sentía que debía moverse con cuidado, caminando siempre como un equilibrista que tuviera que atravesar un abismo sobre un alambre, pero con una carga grosera y maloliente, como si llevara enormes fardos de basura (Sobre Héroes y Tumbas, pág 23)

Situación que se equilibra con la conexión interpersonal con Alejandra, punto de partida en la cosmovisión sabatiana, de otros valores espirituales, que remedan la caída del sujeto por el peso de la culpa:

Una ansiedad en tus ojos, debajo de esa frente que parece un balcón saledizo. Pero no sé si es todo eso lo que  me gusta en vos. Creo que es otra cosa (…) Que tu espíritu domina sobre tu carne, como si estuvieras siempre en posición de firme (…) Tu espíritu reinando sobre tu cuerpo como un dictador austero (Sobre Héroes y Tumbas, pág. 9).

Mucho se ha hablado de estas dos novelas, y sobre todo del delicado problema de los ciegos. En la teratología sabatiana, los ciegos son una metáfora; Sábato no está hablando del mundo de los no-videntes, que merecen todo nuestro respeto y consideración (el mismo Sábato promediando los 75 años ya estaba prácticamente ciego y había trocado la escritura por la pintura), sino más bien de una figura, que por haber perdido la vista, ‘ve’ lo prohibido del mundo, sus íntimas oscuras conexiones  que ligan los hilos de la causalidad (no de la casualidad como dirá Sábato en muchas entrevistas). Los ciegos son figuras emblemáticas en Sobre Héroes y Tumbas, en el más deslumbrante recorrido onírico-escatológico de su obra: El Informe sobre Ciegos. En este texto, Sábato sintetiza la doble vertiente de su escritura, operación axiológica, a la vez de desprecio y fascinación por los márgenes ocultos del mundo, por los laberintos entre el sueño y la vigilia, por los personajes crepusculares. En este sentido, la aventura de Fernando Vidal Olmos por el subsuelo de Buenos Aires es paradigmática.
En otro sentido, el ciego es un recurso que se vincula con el la ciencia. La ceguera sería el castigo que le depara al hombre de ciencias por “haber penetrado un secreto, por su curiosidad científica y su violación de lo sagrado” (Sobre Héroes y Tumbas, pág. 86). Es decir, el personaje de Sobre Héroes y Tumbas, Fernando Vidal Olmos, atrapado en las entradas de la iglesia de Belgrano, no es más que un sujeto atrapado por el misterio que esconde la superficie del mundo. En esta enorme metáfora sobre la contemporaneidad, somos castigados por querer violentar el mundo natural con nuestra mirada de ‘lince renancentista’. El castigo ante tal presunción es la ceguera o la muerte. En la más alucinante de todas las imágenes, Fernando Vidal Olmos se nueve lentamente sobre un río oscuro y denso, tenuemente iluminado por un sol nocturno que ilumina una infinita caverna hecha, por no se sabe quién. La travesía sobre ese Aqueronte vernáculo, despliega todos los signos de la culpa por haberse violado los secretos de la vida; tal vez no debamos ser muy inteligentes para ver que Sábato vuelve, con esta imagen crepuscular, una vez más al problema del hombre de ciencia que quiere saber más; por ello Vidal Olmos, en esa pesadilla cognitiva, quedará cruelmente ciego:

Hundido en el barro, con el corazón latiendo agitadamente en medio de aquella inmundicia que me envolvía (…) vi cómo los grandes pájaros planeaban lentamente sobre mi cabeza (…) Sentí que aquel pico entraba en mi ojo (Sobre Héroes y Tumbas, pág. 108).

La ceguera de Vidal Olmos es también la ceguera del hombre contemporáneo que, obnubilado por su dominio, se interna en la materia oscura de nuestra existencia, de la que, como dice Sábato, sólo tenemos esas impresiones opacas, ecos, luces difusas que asedian en cada calle, en cada esquina, en cada rostro. Es decir estamos atravesados por un impulso que nos lleva a desintegrar lo natural para saber sobre sus secretos, pero indefectiblemente esto producirá el castigo de la ceguera.
¿Como salir de esa encrucijada existencial? En Sobre Héroes y Tumbas, Martín, aconsejado por Bruno, el filósofo e imagen especular en el texto del mismo Sábato, toma el camino del sur, la Patagonia, un espacio siempre vigente de utopías y destierros. Viajar, salirse del círculo perverso de los Vidal Olmos, será también proyectarse hacia un futuro promisorio en una tierra todavía no conquistada. Sábato, de algún modo, volverá sobre estas angustias del vivir en su obra de madurez, pero ya con las reflexiones de un escritor octogenario. El resultado de esas escrituras se ve planteado en dos libros ensayísticos, Antes del Fin  y La Resistencia (2000) en los que desarrollará con mayor insistencia su tesis de juventud, cuando dejó la ciencia por la literatura, pero recubierta por la experiencia de casi 100 años de vida. Para Sábato la salida de esta encrucijada está en el arte, punto de encuentro de lo humano del hombre con un hacer que se proyecta hacia valores indiscutibles como el amor al otro, la solidaridad, la paz y la vida comunitaria.
La resistencia y Antes del Fin se alejan, al mismo tiempo, tanto del anti- cientificismo de Hombres y Engranajes-  como de las posiciones psico-existenciales al estilo de los protagonistas de El Túnel y Sobre Héroes y Tumbas, y sus dejos sombríos a los Cantos de Maldoror del Conde de Lautreamont. En sus textos de madurez, articula un juego que insiste en la esperanza como eje vertebrador de lo humano. En esto vuelve a sus viejos axiomas, de un irracionalismo fundacional, sentando en las base de una axiología romántica y espiritualista.
Antes del Fin (1998) es su testamento literario. El ensayo desborda los límites impuestos por sus ficciones y también sobrepasa con madurez, las premuras de los primeros escritos que habrían de resolver el problema del hombre en una ecuación de blancos y negros. En Antes del Fin,  recalca la importancia de la solidaridad, el amor hacia el hombre que, a pesar de los desastres que genera, es capaz de perfeccionar su existencia en pos de la vida. Es aquí donde una cosmovisión cristiana comienza a plegarse sobre el discurso sabatiano -tal como le ocurrió al poeta español León Felipe-. Al final del camino creativo se va acercando a una cosmovisión dual, en la que un proceso de ascesis vertebra la existencia y lo lanza hacia proyectos esperanzadores.
También se destaca el otro libro, La resistencia (2000), que delimita un proyecto de escritura sapiencial, en forma de lecciones, a la manera de los ancianos tribales, que tanto le gustaba recordar a Sábato. El libro es un bálsamo que amortigua los impactos de la vida contemporánea y proyecta una visión esperanzadora que se desgaja en cada palabra:

Me he puesto a escribir casi a tientas en la madrugada, con urgencia, como quien saliera a la calle a pedir ayuda ante la amenaza de un incendio, o como un barco que, a punto de desaparecer, hiciera una última y ferviente señal a un puerto que sabe cercano pero ensordecido por el ruido de la ciudad y por la cantidad de letreros que le enturbian la mirada.
Les pido que nos detengamos a pensar en la grandeza a la que todavía podemos aspirar si nos atrevemos a valorar la vida de otra manera. Nos pido ese coraje que nos sitúa en la verdadera dimensión del hombre” (La resistencia. 12).

Un discurso que suena excéntrico para estas épocas de autoayudas fáciles y baratas. Me parece, releyendo ese texto para este ensayo, descubrir en Sábato las marcas de un proceso complejo de autoconocimiento, que proyecta con fuerza conceptos amasados por décadas, y decantados por la  ley del tiempo. La oscuridad de sus textos iniciales, reducto de lo perverso y tenebroso del ser humano, se ha convertido en espacio donde la vida resiste:

Hay algo en el ser humano, allá muy adentro, allá en regiones muy oscuras, aferrado con uñas y dientes a la infancia y al pasado, a la raza y a la tierra, a la tradición y a los sueños, que parece resistir a ese trágico proceso resguardando la eternidad del alma en la pequeñez de un ruego (La Resistencia, pág. 34).

Sábato también fue protagonista de uno de los momentos clave de la historia política de la Argentina. Aquellas años posteriores a la Dictadura militar lo involucraron en “las escrituras del horror” en lo que se llamó el Nunca Más. En palabras de los responsables del Archivo Nacional de la Memoria y el mismo día en que el escritor dejara de existir se dijo:

A fines de 1983, cuando aún no se había disipado la bruma del miedo y el horror de la dictadura terrorista que había asolado nuestra patria, Ernesto Sábato, aceptó el enorme desafío de presidir la Comisión Nacional por la Desaparición de Personas (CONADEP) (…). Ese gesto de coraje civil y la excelencia del trabajo realizado, permitió que en apenas nueve meses de tarea febril, recopilaran las testimonios de familiares de casi 8.000 hombres, mujeres y niños, detenidos desaparecidos, elaborando el informe "Nunca Más" que de allí en más, ha pasado a ser uno de los documentos más emblemáticos de nuestra historia nacional. Un testimonio de la noche más cruel y perversa de 1810 a la fecha. Un documento irrebatible sobre el Estado Terrorista, del cual aún somos tributarios, puesto que es una de las pruebas fundamentales en los actuales y futuros juicios contra las responsables de la comisión de crímenes de lesa humanidad (Archivo Nacional de la Memoria, 2011).

Sábato se nos presenta como un intelectual, un escritor marcado por la tensiones que estructuraron buena parte del siglo pasado. Cientificismo, creación, deshumanización, viajes, horror y tortura atraviesan las coordenadas de un siglo, el XX, a la vez germinal y trágico; enorme en producciones culturales, pero también, en la paradoja que tienen las historias humanas, tiempo de los mayores exterminios y totalitarismos. En estas coordenadas, la obra de Sábato es testimonio singular de los esfuerzos, de un maestro de la palabra, por hacernos entender un mundo, dinámico y cambiante como aquellos átomos que vio en el laboratorio Curie.