Memorias
de Edith Vera
La maestra y el niño
“Soy necesaria
al ponerse el sol
porque ¿quién vigilaría las estrellas?
¿quién miraría si cada trébol plegó sus hojas?
¿quién apagaría los fuegos encendidos?
¿acaso te preocuparía el ladrido lejano
de algún perro solitario?
Ya ves, ése es el momento
de mis preocupaciones.
Y camino como si llevara atadas a mi cintura las llaves de la noche.”
porque ¿quién vigilaría las estrellas?
¿quién miraría si cada trébol plegó sus hojas?
¿quién apagaría los fuegos encendidos?
¿acaso te preocuparía el ladrido lejano
de algún perro solitario?
Ya ves, ése es el momento
de mis preocupaciones.
Y camino como si llevara atadas a mi cintura las llaves de la noche.”
Muchos son los caminos que tiene la literatura.
Escribirla, leerla, enseñarla son algunos de los meandros de un discurso que se
desliza sobre la piel de la cultura. También la literatura hunde sus raíces en
la historia, la sociedad y las ideologías. Esto la hace apasionante, grata,
pero no simple. La literatura no es solamente un conjunto de libros escritos
por gente talentosa, y que, en el mejor de los casos, gana dinero. La
literatura es una práctica densa que involucra al escritor, al lector y toda
una cultura detrás para ‘decir sobre el mundo’.
Edith Vera es quizás una de
las más importantes poetas de Villa María. Maestra, poeta, música, pintora,
enseño a jugar con ese mundo difícil y apasionante que es la literatura. En
este brevísimo escrito no me referiré a su obra, de la que hay abundante
bibliografía. Más bien contaré una historia personal vinculada con los talleres
creativos para la enseñanza de la escritura literaria a adultos mayores. De
algún modo quiero rendir un humilde homenaje a la poeta que estuvo en nuestras
aulas universitarias de PEUAM dejando en ellas, quizás, los que serían sus
últimos poemas. Aquí va.
La maestra y el niño
Un niño saca punta a unos crayones en el borde de una mesa descolorida.
Todo huele a tiempo y a paraísos recién florecidos. No hay demasiados ruidos,
la tarea sobre la hoja es importante, no sólo porque son los primeros trazos de
una escritura que se desmadeja en un lenguaje que conocen los niños y los
pájaros, sino también porque han sido dichas por una mujer que tiene una autoridad
firme y dulce al mismo tiempo. Rojo, azul, amarillo, reparten la paleta del
niño; un lápiz se hace cielo, otros toman la forma de un árbol; otros tal vez
se asemejen a la tierra. La maestra mira las hojas con los ojos más mansos que
se puedan imaginar. Sus pupilas giran al compás de la mano infantil y el
rústico arte recién descubierto. Y entonces el niño siente el aleteó de una
mano invisible que le ayuda a nadar en esos lenguajes todavía difusos entre el
dibujo y la palabra. El niño siente placer ver cómo se hacen fáciles las cosas.
Algo íntimo estaba ocurriendo en esas mañanas de 1968. Estaba aprendiendo a
volar con aquello que definiría su oficio de adulto: la literatura y la
escritura. La maestra de la que hablamos es Edith Vera; el niño soy yo en un
jardín de cinco años en un famoso colegio de nuestra ciudad.
…
Son las cuatro de la tarde. El verano parece anunciarse con toda su
premura. Los alumnos son adultos mayores y ya han entrado y se sientan
lentamente en sus bancos. De algún modo son nuevamente adolescentes o niños.
Van al colegio de nuevo y tienen que hacer la tarea y escuchar al profesor.
Enseñar a un adulto no es sencillo, es una tarea rara que requiere alguna destreza.
Rara porque el profesor, casi siempre, es mucho más joven que el estudiante.
Pero los adultos son deslumbrantes y acompañan al maestro con sus miradas. De
todos ellos se destaca una señora vestida de riguroso negro que hace unos meses
viene a tomar clases de escritura creativa. No parece muy apurada. La lentitud
no disminuye la agudeza de la mirada, atenta y pacífica al mismo tiempo. Como
deslizándose en un mar que no conocemos mira a todos, sonríe, no habla mucho.
Hay una grandeza en ese silencio que habla. Todos la conocen. No hacen falta
presentaciones. La consigna de hoy es escribir haikus. Esos poemas del tamaño
de las manos de un artesano oriental. Miniaturas de una escritura a la vez
encriptada y transparente. Trozos de una mirada plástica del mundo. Por eso es
tan difícil hacer el poema más pequeño. El profesor ha dicho algunas cosas, ha
mostrado ejemplos de haikus. Ha dado algunas mínimas indicaciones. Los alumnos
miran devorando las palabras que resbalan por las paredes y comienzan el ritual
de la escritura. Unas voces parecen empezar a dibujarse en el papel. Ligeros
trazos de un lenguaje volaban como pájaros sobre las hojas. En el aula se ha
detenido el tiempo porque el haikus es difícil como un arte marcial. La señora
vestida de negro esta particularmente atenta a su escritura. Un pequeño trozo
de papel, casi transparente se ha empezado a llenar de figuras diminutas. Como
dibujos de una mano infantil, sus pequeños haikus se van desplegando. El
profesor recordó los años de su jardín, los lápices de colores, el aleteo del
corazón cuando venía la hora de una maestra que él quería mucho. Tiempo de
lecturas. Uno a uno los poemas se fueron desplegando en el aire de la tarde. Praderas,
cielos, cerezos y flores llegaban desde las voces. Un hombre llenando un
cántaro al borde de un arrozal; dos pájaros posándose en los contornos de una
flor. Todos eran muy buenos haikus. Todos esperábamos los poemas de la señora
de negro, pero no leyó, sólo dijo que los haikus eran difíciles de escribir,
aunque sus hojas estaban repletas de poemas tan frágiles y luminosos como las
manos del mejor poeta oriental. La señora de negro era Edith Vera; el maestro
era yo.
En una de las tantas paradojas del tiempo, la literatura nos había
puesto, cuarto décadas más tarde, nuevamente frente a frente, aunque estoy seguro
que en esa tarde soleada de noviembre del año 2000, el que seguía aprendiendo
era yo.
Fabián
Gabriel Mossello
Febrero
de 2012
[1] Introducción y foto extraída de
la revista Imaginaria. Revista Quincenal sobre Literatura Infantil y Juvenil. 30/3/10. Marcela Carranza.
[2] Publicado en la Revista Universitaria de Adultos Mayores SENDERO ISSN 15156710
[2] Publicado en la Revista Universitaria de Adultos Mayores SENDERO ISSN 15156710
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