Escritura y subjetividad
La emergencia del sujeto en
la escritura literaria
Fabián Gabriel Mossello
El
momento de la escritura siempre me ha parecido mágico, chamánico. La
disposición del papel sobre la mesa, las muecas y gestos reconcentrados del
‘escribidor’, la vibración del lápiz sobre la superficie bidimensional para
imprimir el pensamiento a través de palabras; acercan la escritura a la
alquimia.
Mucha
cosas pasan en ese laboratorio mínimo, desde los experimentos más osados, con
explosiones y tiros, hasta las fórmulas súper probadas del final feliz. Sin
embargo, uno me inquieta, por sobre otros, por su persistencia e intensidad. Se
trata de un aspecto no contemplado de las escrituras, al menos para mí, y que
desde hace un cierto tiempo ha empezado a reclamar su presencia, aunque su
descubrimiento, debo aclarar, no devino de una reflexión sesuda y metódica; más
bien apareció como epifenómeno de la práctica.
Eran
las 10 de la mañana de un día soleado y apacible. Los alumnos se habían
dispuesto en círculo para escribir. No sabía todavía con certeza qué íbamos a
hacer. Computadora abierta en el archivo del taller, arriba y abajo las páginas
del Word, hasta que encontré algo: “escribe un relato breve a partir de un
personaje curioso de ficción”. De ficción significaba de ficción, les dije, es
decir, sin que se ajuste, en principio, a un hecho acaecido. En un primer
momento me escucharon, me miraron atentos, con esa mezcla de azoro y temor que
producen las consignas de escritura. Después se pusieron a escribir por un
tiempo. Mágica imagen de alambique, los lápices furiosos y furtivos sobre el
papel, hincados ante la palabra que se escapa y llega. Mágicas lapiceras en la
tarea, con ese placer que produce ver los trazos audaces o tímidos; las letras
enormes o diminutas sobre la hoja haciendo del mundo sólo ese territorio que
parece escaparse y volver.
Pasado
un tiempo que no recuerdo, alguien dijo ‘terminé’. Y los otros parecieron
regresar del embrujo en el que se habían sumido y también fueron diciendo lo
mismo. Momento de lecturas y comentarios. Una a una aparecieron las historias.
Los personajes estaban ahí: pordioseros, tarotistas, profesores, astronautas,
maestras y maestros. Disímiles historias se tejían en las urdiembres del texto;
raros episodios de las vidas de ficción ¿ficción? He ahí la pregunta que empezó
a pegarse en todos los textos. Los comentarios iban descubriendo las
motivaciones para la invención del personaje. Uno a uno fueron construyendo un
mapa que revelaba un proceso creativo que enfatizaba un aspecto no contemplado
en mi propuesta inicial: todos habían pensado en un personaje existente, todos
hablaban de alguien de carne y hueso –como diría Miguel de Unamuno- que había
tenido relación directa con el sujeto de la escritura. Los relatos se
acercaban, a través de la máscara de la ficción, al mundo experiencial del
autor y, en muchos casos, lo ponían como centro de la historia. Veamos un
simple ejemplo del taller:
José se internó por el sendero de los cedros centenarios,
dobló para pasar frente a la casa de su antiguo amigo, el 'Ruso' y se deslizó
por la estrecha calleja serpenteante de moras y frutillas. De ahí y un paso,
'La cascada de las águilas', tan empinada, como siempre. Al borde del abismo,
José animó mirar el fondo de la espuma danzando una sinfonía de voces quedas.
Era la primavera rompiendo el silencio de la nostalgia del invierno, para
arrimar los cortejos de truchas y las maravillas de tanta naturaleza. Se quedó
mirando el agua cayendo en el vértigo; se quedó mirando la gravedad del líquido
en la trama de las rocas. Entonces recordó su historia, la que lo trajo hasta
este paraíso verde, ahí al filo de estos cerros.
Sin
mayores esfuerzos podemos ver que José es el personaje al que se refiere un
narrador que está fuera de la historia y se posiciona como ‘testigo
privilegiado’ de las experiencias. José, un hombre mayor que revive,
reconstruye imágenes de unos recuerdos que se agolpan como en un sueño. Hasta
ahí todo bien. El tallerista me estaba contando una historia, al parecer, lejos
de su vida. Pero en charlas y comentarios de aula se fueron desgajando otras
motivaciones de la historia. Ahí estaba ‘El Ruso’, ‘la estrecha calleja
serpenteante de moras y frutillas’, ‘los cortejos de truchas y las maravillas
de tanta naturaleza’, ‘estos cerros’ ¿Qué representaban, qué eran? Eran
recuerdos de infancia del escritor que oficiaban de marco de la historia de
José, un personaje de pura imaginación. Es decir, al extrañamiento de la
escritura impersonal se le aplicaba una identificación de proporciones
similares pero de sentido contrario. Me acerco y me alejo; esa parecía ser la
lógica del relato de ficción, pero con la salvedad que no estaba el escritor
sujeto a los límites de las escrituras del yo –decir algo, de alguien, en un
lugar, en un tiempo que se pueda verificar. Aquí nuestro tallerista tuvo toda
su libertad de contar una escena de un actor universal -José- , y esa misma
libertad le ofició de marco del recuerdo, tan o más vívido como si se hubiera
propuesto contar un fragmento autobiográfico.
Escenas
como estas siguieron sucediendo en otros momentos del taller y, poco a poco, me
di cuenta de que lo que había percibido esa tarde había ya acontecido en otras
oportunidades y, es más, creo que sucedía siempre ¿Qué era? ¿Qué estaba pasando
en el laboratorio mínimo del taller?
¿Qué era aquello que con insistencia emergía una y otra vez con una urgencia
inusitada? Las respuestas parecían concentrarse en una palabra que en los
últimos años ha tenido una atención especial. Lo que estaban haciendo los
talleristas era ni más ni menos que construir algún fragmento de su identidad. Pero ¿qué es la identidad?
¿Qué relación guarda con la escritura?
La
investigadora Leonor Arfuch se refiere a los escritos identitarios y las
conecta con el devenir de la cultura contemporánea:
En
el escenario contemporáneo, lo sabemos, no hay límite para la voracidad por las
vidas ajenas: biografías autorizadas o no, autoficciones, novelas
autobiográficas, memorias, testimonios, historias de vida, un énfasis creciente
en los diarios íntimos, las correspondencias –que se venden a veces contra la
voluntad de alguna de las partes al mejor postor-, los cuadernos de notas, de
viajes, los borradores, los recuerdos de infancia, la entrevista en todos sus
registros, conversaciones, retratos, perfiles, anecdotarios, indiscreciones,
confesiones propias y ajenas, viejas y nuevas variantes del show -talk show,
reality show-, la video política y hasta ciertos dominios de la investigación y
la escritura académicas (Arfuch, L.
FLACSO).
Es
decir, aquella experiencia de taller podría identificarse con algunas de estas
formas de escritura que en nuestro tiempo están cobrado una visibilidad
destacada en el marco más general de la llamada posmodernidad, y constituyen
narrativas caracterizadas por la ‘fluidez’ expresiva, la heterogeneidad
temática y formal y, sobre todo, ponen en jaque el pacto de verdad que bien
definía, hasta no hace mucho tiempo, los límites entre realidad y ficción. Así:
El
carácter líquido de estos tiempos ha venido a afectar directamente nuestras
vidas, a cortarlas en una sucesión de episodios mal trabados entre sí (Cano
Fernanda, Clase 5, FLACSO).
De
este modo, la cuestión identitaria se asocia a un trabajo con fragmentos de
episodios de vida que, de algún modo, el sujeto de la escritura ‘encordela’,
‘hilvana’ en el relato. El resultado de estas prácticas es mayormente un
relato, o mejor dicho con Paul Ricouer, una narración:
Porque
es el relato de una vida el que ofrece una trama que viene a configurar el ser
del yo; podemos saber lo que es el hombre atendiendo a la secuencia narrativa
de su vida. La construcción de una trama que dé cuenta del relato de una vida,
una trama que despliegue, describa, detalle qué episodios se reúnen con cuáles
acontecimientos configurando qué sentido para un yo (…) Si la narración puede
ser una estrategia para jugar el juego del rompecabezas identitario, si puede
ser el cauce que albergue una vida dando sentido al agua del cambio, la
escritura habilitará, entonces, un registro para el paso del tiempo. Una
Escritura que, por la vía de la configuración narrativa, nos puede dar
Identidad como resultado (Cano F. Clase 5).
La
lingüística también aporta su explicación a las escrituras de identidad. Emile
Benveniste (1956) nos da una pista de porqué el sujeto que escribe retorna al
Yo. Para el lingüista francés todo acto de lenguaje -la literatura uno de
ellos- supone un Yo como forma vacía que la realización de discurso llena con
sus signos. Este Yo despliega un simulacro de comunicación hacia un Tú, también
lugar vacío y espacio del enunciatario textual. La lengua para Benveniste no es
instrumento externo al sujeto, sino constitutiva de su ser y lugar de construcción
de la subjetividad. De algún modo, lo que somos es lo que podemos decir por el
lenguaje. Entonces, escribir es una práctica que modela y modula la
subjetividad a través del trabajo enunciativo:
El lenguaje es pues la posibilidad de la subjetividad, por contener
siempre las formas lingüísticas apropiadas a su expresión, y el discurso
provoca la emergencia de la subjetividad, en virtud en que consiste en
instancias discretas. El lenguaje propone en cierto modo formas “vacías” que
cada locutor en ejercicio de discurso se apropia, y que refiere a su “persona”,
definiendo al mismo tiempo él mismo como yo y una pareja como tú (Benveniste,
Emile, 1956:184).
Como
vemos, el tema de la identidad es problema contemporáneo y lugar de las
discusiones de semióticos, lingüistas, sociólogos, hermeneutas y
pedagogos, entre otros. Todos aportan su grano de sal al mar identitario. De
algún modo contar sobre lo que nos pasa parece ser la piedra angular de nuestro
mundo actual. Favorecidas por el giro
narrativo (Arfuch, L., 2007) que ha modificado las orografías textuales del
discurso periodístico, histórico, filosófico y hasta el de la ciencia, las
narrativas del Yo se desplazan de espacios, soportes y lenguajes, para aumentar
la incertidumbre sobre los límites genéricos, los usos de la lengua y la
relación con la verdad:
Los
desarrollos de la lingüística, la teoría literaria y el psicoanálisis, así como
el propio devenir de la ficción, que ha trabajado justamente en la confusión de
los límites (…), nos han desengañado de la ilusión de transparencia, de la
verdad como adecuación referencial “a los hechos”, de la intencionalidad del
autor y hasta de la identidad. Ya no somos tan proclives a creer que quien
habla de sí mismo pueda contar la versión más auténtica de la historia, que el
(propio) decir conlleve necesariamente la espontaneidad y hasta podemos dudar
de que la “vida” que se cuenta exista en algún lugar por fuera del relato
(Arfuch, L. 2009).
Uno
de los sectores más dinámicos son los jóvenes y los nuevos espacios de
producción virtuales, que en sus formas más difundidas del blog y las redes
sociales, constituyen un sector societario particularmente sensible a las
prácticas identitarias:
Algunos
jóvenes de la generación @, nativos digitales, ellos, pero usuarios también de
una red que se volvió su medio de expresión, su canal preferido, parecen haber
acordado una decisión: romper el candado que guardaba el secreto de las
palabras en un diario personal. Esa escritura íntima, privada y personal,
ahora, puede hacerse pública, puede ponerse a disposición de lectores a través
de un blog (Cano, Fernanda. Clase N°5).
Por
lo que la escena de taller que narraba no parece tan desencajada, ni de los
mecanismos mismos del lenguaje -que habilitan la subjetividad-, ni de las nuevas
lógicas culturales e históricas que el siglo XXI propone. De algún modo, las
prácticas identitarias que he intentado justificar, por un lado, desde la
reflexión centrípeta -la lengua y la ‘encerrona’ del lenguaje en torno al Yo-;
o asumiendo una mirada centrífuga, hacia la discusión cultural e histórica, me
muestran, que cuando escribimos literatura, inexorablemente nos encontraremos
con la subjetividad rondando por los pliegues del texto. De algún modo
escribimos para decir, para decirnos, para hacernos espejo, unas veces plano,
otras cóncavo o convexo de nosotros mismos.
Es que el proceso de escritura, que
permite que la identidad se haga visible, involucra recuerdos y olvidos;
omisiones y énfasis, pues en todo proceso de construcción de identidad se ligan,
indisolublemente, las nostalgias eufóricas con los fragmentos olvidables de las
historias de vida. Pensada de este modo, la identidad es una construcción de
los agentes sociales a partir de un recorte, unas veces consciente, otra
inconsciente, de lo acaecido. De este modo:
La
memoria es ‘generadora’ de la identidad, en el sentido de que participa de su
construcción (...) Identidad (que) da forma a las predisposiciones que van a
conducir al individuo a ‘incorporar’ ciertos aspectos particulares del pasado,
a realizar ciertas elecciones en la memoria (Joël Candau, 2001: 16).
Pero volvamos al espacio del aula. Las prácticas de escritura de aquella
mañana me fueron mostrando paulatinamente cómo un tallerista podía escribir
sobre sí mismo, qué recuerdos enfatizaba u omitía y cuáles recursos se elegían
de la paleta del lenguaje. De algún modo, las lecturas me fueron ayudando a
configurar un mapa de regularidades, pistas que me hicieron suponer que todo lo
que se escribe en torno al Yo no es tan aleatorio como parecía. Así en las
prácticas de escritura pude visualizar tres ‘momentos identitarios’:
a. El primero que
llamaré protoidentitario conformado
por aquellas escrituras, que soportadas en saberes compartidos por lo general
no racionalizados, “constituye una memoria imperceptible que agita, mueve el
cuerpo sin descanso, constituyendo una ‘alienación fundadora de la identidad”
(Muxel, A. En: Candau, J.2001: 20). Si vuelvo a la consigna de aquel día
soleado puedo decir que la orientación en la selección del personaje aparecía
en torna a ejes fuertes y decididos, entre los que prevalecía la infancia como
momento histórico identitario y sus clásicos personajes cariñosos u ‘ogros’.
Recuerdos ‘no recordados’ de miedos, fobias y utopías, siempre presentes que delimitaban
un espacio de expectativas para la escritura.
b. En segundo lugar
aparecía, superpuesta a las escrituras protoidentitarias, un conjunto de marcas
que, a falta de un nombre más apropiado, llamaré el espacio de las memorias escolares o de los saberes
aprendidos, por ser recursos pensados como estrategias[1] de
escritura. En aquella consigna sobre un personaje se destacaban los trabajos
sobre el lenguaje, para cuidar, ‘pulir’ la configuración del relato y hacerlo
verosímil en relación a una historia de vida que permitiera una “narración, a través de la configuración de una trama, [que] viene a
sintetizar esos acontecimientos dispersos y heterogéneos que comprenden una
vida, a disponerlos en una sucesión, a decirnos primero esto, luego lo otro,
más tarde, aquello, a extraer de esa sucesión un relato” (Cano, Fernanda, Clase
5, FLACSO). Los talleristas estaban reproduciendo ‘saberes’ aprendidos en la Escuela,
en tanto hablar de un personaje era también ponerle un nombre, hacerle hacer
algo creíble en el espacio y en el tiempo, en el marco dominado por un género
que habían escuchado con suficiente insistencia en sus trayectos escolares: el
cuento.
c. Por último la que
llamaré metaidentidad, es
decir, una identidad para mostrarse en su propia productividad. En muchas de
aquellas escrituras aparecía el sujeto de la narración deteniendo el relato de
los hechos y reflexionando sobre el hacer mismo de escribir. Enunciados como
“Pero pienso ¿dónde estará hoy aquel personaje del pueblo?” indicaban la
intención del narrador por mostrarse como productor, en el giro excéntrico
-como afirma Genette (1972)- que genera todo pasaje de la diégesis a la
extradiégesis[2]. Esta
estrategia se enlazaba con aquello que Walter Ong (1984) asocia con las
culturas escriturarias, en tanto escribir es también mostrarse como hacedor de
lo dicho.
La reflexión que estoy concluyendo, en torno a la relación entre
escritura literaria e identidad, me ha llevado por la lingüística, la teoría
literaria, la semiótica, los estudios culturales y discusiones actuales sobre
los talleres creativos. En todo el recorrido, la literatura apareció siempre
como práctica ejemplar que oxigena la memoria en ese juego complejo “de la
reproducción y la invención, de la restitución y la reconstrucción, de la
fidelidad y la traición, del recuerdo y el olvido” (Candeau, J., 2001:104).
La escena con que empecé este escrito
me sigue devolviendo sus sentidos. El trabajo con la literatura, que antes se
me figuraba un espacio exclusivo de productos estéticos, se fue resignificando
con el tiempo también en lugar de la productividad identitaria, en tanto el
trabajo con el lenguaje devuelve al sujeto que escribe su propia imagen. De
algún modo escribir literatura se parece a un juego de rompecabezas, pero sólo
que la figura final es nada más que una versión posible entre otras; como dice
Fernanda Cano:
La figura del rompecabezas, [en el que]
(…) Definir o describir esa tal figura me resulta tan imposible como pensar en
un rompecabezas de una sola pieza (…)
Ignoro, también, cuál es la figura que, a cada lector, le ha quedado
sobre una mesa. Si todavía sigue mirando las piezas. Si desea dejarlas como
están dispuestas, dentro o fuera del aula, sobre un papel o en una pantalla. Si
se atreve a probar otros encastres (siempre hay otros encastres, otras formas).
Si se anima a buscar otras piezas, con otros nombres, y probar de nuevo para
ver qué sucede. (Cano, F. Clase 5, FLACSO).
Un juego que aquellos alumnos habían
empezado a transitar, quizás sin saberlo. La escritura les fue diciendo, que
detrás de los pordioseros, tarotistas, profesores, astronautas, maestras, y
maestros estaban ellos mismos construyendo su historia en el rompecabezas de la
vida.
Bibliografía
Arfuch, L.(2007) El giro narrativo en las ciencias sociales. Doctorado en Semiótica,
CEA, U.N.C.
(2009) Historias de vida:
subjetividad, memoria y narración. Diploma
Superior
Lectura, Escritura y Educación.
Candau, J. (2001) Memoria e identidad. Ediciones del
Sol.
Cano,
Fernanda (2010) Escrituras, jóvenes e
identidad: del diario íntimo al blog. Clase
5.
Especialización en Lectura, escritura y educación. FLACSO.
Benveniste,
Emile (1958) “De la subjetividad en el lenguaje”. In: Journal
de
Psychologie. París:
PUF.
Genette,
Gerald (1972) “Discurso del relato. Ensayo del método”. In. Figuras III. París:
Seuil.
Walter
J. Ong (1994) Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra. Fondo de
cultura
económica.
México.
[1] La estrategia supone un conjunto de acciones
racionalmente orientadas para la resolución de una práctica.
[2] Genette divide los niveles enunciativos en
cuatro subniveles según la posibilidad de estar presente o ausente,
dentro o fuera del enunciado. Así el narrador heterodiegético, es un narrador
presente como voz (aunque el lugar de enunciación en tercera persona intenta
borrar las marcas textuales), pero fuera de los acontecimientos propiamente
dichos. Su nivel de competencia lo dividirá en omnisciente, equisciente y
deficiente.