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miércoles, 27 de noviembre de 2024

 


Escritura y subjetividad
La emergencia del sujeto en la escritura literaria

    Fabián Gabriel Mossello

 

El momento de la escritura siempre me ha parecido mágico, chamánico. La disposición del papel sobre la mesa, las muecas y gestos reconcentrados del ‘escribidor’, la vibración del lápiz sobre la superficie bidimensional para imprimir el pensamiento a través de palabras; acercan la escritura a la alquimia.

Mucha cosas pasan en ese laboratorio mínimo, desde los experimentos más osados, con explosiones y tiros, hasta las fórmulas súper probadas del final feliz. Sin embargo, uno me inquieta, por sobre otros, por su persistencia e intensidad. Se trata de un aspecto no contemplado de las escrituras, al menos para mí, y que desde hace un cierto tiempo ha empezado a reclamar su presencia, aunque su descubrimiento, debo aclarar, no devino de una reflexión sesuda y metódica; más bien apareció como epifenómeno de la práctica.

Eran las 10 de la mañana de un día soleado y apacible. Los alumnos se habían dispuesto en círculo para escribir. No sabía todavía con certeza qué íbamos a hacer. Computadora abierta en el archivo del taller, arriba y abajo las páginas del Word, hasta que encontré algo: “escribe un relato breve a partir de un personaje curioso de ficción”. De ficción significaba de ficción, les dije, es decir, sin que se ajuste, en principio, a un hecho acaecido. En un primer momento me escucharon, me miraron atentos, con esa mezcla de azoro y temor que producen las consignas de escritura. Después se pusieron a escribir por un tiempo. Mágica imagen de alambique, los lápices furiosos y furtivos sobre el papel, hincados ante la palabra que se escapa y llega. Mágicas lapiceras en la tarea, con ese placer que produce ver los trazos audaces o tímidos; las letras enormes o diminutas sobre la hoja haciendo del mundo sólo ese territorio que parece escaparse y volver.

Pasado un tiempo que no recuerdo, alguien dijo ‘terminé’. Y los otros parecieron regresar del embrujo en el que se habían sumido y también fueron diciendo lo mismo. Momento de lecturas y comentarios. Una a una aparecieron las historias. Los personajes estaban ahí: pordioseros, tarotistas, profesores, astronautas, maestras y maestros. Disímiles historias se tejían en las urdiembres del texto; raros episodios de las vidas de ficción ¿ficción? He ahí la pregunta que empezó a pegarse en todos los textos. Los comentarios iban descubriendo las motivaciones para la invención del personaje. Uno a uno fueron construyendo un mapa que revelaba un proceso creativo que enfatizaba un aspecto no contemplado en mi propuesta inicial: todos habían pensado en un personaje existente, todos hablaban de alguien de carne y hueso –como diría Miguel de Unamuno- que había tenido relación directa con el sujeto de la escritura. Los relatos se acercaban, a través de la máscara de la ficción, al mundo experiencial del autor y, en muchos casos, lo ponían como centro de la historia. Veamos un simple ejemplo del taller:

 

José se internó por el sendero de los cedros centenarios, dobló para pasar frente a la casa de su antiguo amigo, el 'Ruso' y se deslizó por la estrecha calleja serpenteante de moras y frutillas. De ahí y un paso, 'La cascada de las águilas', tan empinada, como siempre. Al borde del abismo, José animó mirar el fondo de la espuma danzando una sinfonía de voces quedas. Era la primavera rompiendo el silencio de la nostalgia del invierno, para arrimar los cortejos de truchas y las maravillas de tanta naturaleza. Se quedó mirando el agua cayendo en el vértigo; se quedó mirando la gravedad del líquido en la trama de las rocas. Entonces recordó su historia, la que lo trajo hasta este paraíso verde, ahí al filo de estos cerros.

 

 

Sin mayores esfuerzos podemos ver que José es el personaje al que se refiere un narrador que está fuera de la historia y se posiciona como ‘testigo privilegiado’ de las experiencias. José, un hombre mayor que revive, reconstruye imágenes de unos recuerdos que se agolpan como en un sueño. Hasta ahí todo bien. El tallerista me estaba contando una historia, al parecer, lejos de su vida. Pero en charlas y comentarios de aula se fueron desgajando otras motivaciones de la historia. Ahí estaba ‘El Ruso’, ‘la estrecha calleja serpenteante de moras y frutillas’, ‘los cortejos de truchas y las maravillas de tanta naturaleza’, ‘estos cerros’ ¿Qué representaban, qué eran? Eran recuerdos de infancia del escritor que oficiaban de marco de la historia de José, un personaje de pura imaginación. Es decir, al extrañamiento de la escritura impersonal se le aplicaba una identificación de proporciones similares pero de sentido contrario. Me acerco y me alejo; esa parecía ser la lógica del relato de ficción, pero con la salvedad que no estaba el escritor sujeto a los límites de las escrituras del yo –decir algo, de alguien, en un lugar, en un tiempo que se pueda verificar. Aquí nuestro tallerista tuvo toda su libertad de contar una escena de un actor universal -José- , y esa misma libertad le ofició de marco del recuerdo, tan o más vívido como si se hubiera propuesto contar un fragmento autobiográfico.

Escenas como estas siguieron sucediendo en otros momentos del taller y, poco a poco, me di cuenta de que lo que había percibido esa tarde había ya acontecido en otras oportunidades y, es más, creo que sucedía siempre ¿Qué era? ¿Qué estaba pasando en el laboratorio mínimo del taller? ¿Qué era aquello que con insistencia emergía una y otra vez con una urgencia inusitada? Las respuestas parecían concentrarse en una palabra que en los últimos años ha tenido una atención especial. Lo que estaban haciendo los talleristas era ni más ni menos que construir algún fragmento de su identidad. Pero ¿qué es la identidad? ¿Qué relación guarda con la escritura?

La investigadora Leonor Arfuch se refiere a los escritos identitarios y las conecta con el devenir de la cultura contemporánea:

 

En el escenario contemporáneo, lo sabemos, no hay límite para la voracidad por las vidas ajenas: biografías autorizadas o no, autoficciones, novelas autobiográficas, memorias, testimonios, historias de vida, un énfasis creciente en los diarios íntimos, las correspondencias –que se venden a veces contra la voluntad de alguna de las partes al mejor postor-, los cuadernos de notas, de viajes, los borradores, los recuerdos de infancia, la entrevista en todos sus registros, conversaciones, retratos, perfiles, anecdotarios, indiscreciones, confesiones propias y ajenas, viejas y nuevas variantes del show -talk show, reality show-, la video política y hasta ciertos dominios de la investigación y la escritura académicas (Arfuch, L.  FLACSO).

 

Es decir, aquella experiencia de taller podría identificarse con algunas de estas formas de escritura que en nuestro tiempo están cobrado una visibilidad destacada en el marco más general de la llamada posmodernidad, y constituyen narrativas caracterizadas por la ‘fluidez’ expresiva, la heterogeneidad temática y formal y, sobre todo, ponen en jaque el pacto de verdad que bien definía, hasta no hace mucho tiempo, los límites entre realidad y ficción. Así:

 

El carácter líquido de estos tiempos ha venido a afectar directamente nuestras vidas, a cortarlas en una sucesión de episodios mal trabados entre sí (Cano Fernanda, Clase 5, FLACSO).

 

De este modo, la cuestión identitaria se asocia a un trabajo con fragmentos de episodios de vida que, de algún modo, el sujeto de la escritura ‘encordela’, ‘hilvana’ en el relato. El resultado de estas prácticas es mayormente un relato, o mejor dicho con Paul Ricouer, una narración:

 

Porque es el relato de una vida el que ofrece una trama que viene a configurar el ser del yo; podemos saber lo que es el hombre atendiendo a la secuencia narrativa de su vida. La construcción de una trama que dé cuenta del relato de una vida, una trama que despliegue, describa, detalle qué episodios se reúnen con cuáles acontecimientos configurando qué sentido para un yo (…) Si la narración puede ser una estrategia para jugar el juego del rompecabezas identitario, si puede ser el cauce que albergue una vida dando sentido al agua del cambio, la escritura habilitará, entonces, un registro para el paso del tiempo. Una Escritura que, por la vía de la configuración narrativa, nos puede dar Identidad como resultado (Cano F. Clase 5).

 

La lingüística también aporta su explicación a las escrituras de identidad. Emile Benveniste (1956) nos da una pista de porqué el sujeto que escribe retorna al Yo. Para el lingüista francés todo acto de lenguaje -la literatura uno de ellos- supone un Yo como forma vacía que la realización de discurso llena con sus signos. Este Yo despliega un simulacro de comunicación hacia un Tú, también lugar vacío y espacio del enunciatario textual. La lengua para Benveniste no es instrumento externo al sujeto, sino constitutiva de su ser y lugar de construcción de la subjetividad. De algún modo, lo que somos es lo que podemos decir por el lenguaje. Entonces, escribir es una práctica que modela y modula la subjetividad a través del trabajo enunciativo:

 

El lenguaje es pues la posibilidad de la subjetividad, por contener siempre las formas lingüísticas apropiadas a su expresión, y el discurso provoca la emergencia de la subjetividad, en virtud en que consiste en instancias discretas. El lenguaje propone en cierto modo formas “vacías” que cada locutor en ejercicio de discurso se apropia, y que refiere a su “persona”, definiendo al mismo tiempo él mismo como yo y una pareja como tú (Benveniste, Emile, 1956:184).

 

Como vemos, el tema de la identidad es problema contemporáneo y lugar de las discusiones de semióticos, lingüistas, sociólogos, hermeneutas  y pedagogos, entre otros. Todos aportan su grano de sal al mar identitario. De algún modo contar sobre lo que nos pasa parece ser la piedra angular de nuestro mundo actual. Favorecidas por el giro narrativo (Arfuch, L., 2007) que ha modificado las orografías textuales del discurso periodístico, histórico, filosófico y hasta el de la ciencia, las narrativas del Yo se desplazan de espacios, soportes y lenguajes, para aumentar la incertidumbre sobre los límites genéricos, los usos de la lengua y la relación con la verdad:

 

Los desarrollos de la lingüística, la teoría literaria y el psicoanálisis, así como el propio devenir de la ficción, que ha trabajado justamente en la confusión de los límites (…), nos han desengañado de la ilusión de transparencia, de la verdad como adecuación referencial “a los hechos”, de la intencionalidad del autor y hasta de la identidad. Ya no somos tan proclives a creer que quien habla de sí mismo pueda contar la versión más auténtica de la historia, que el (propio) decir conlleve necesariamente la espontaneidad y hasta podemos dudar de que la “vida” que se cuenta exista en algún lugar por fuera del relato (Arfuch, L. 2009).

 

Uno de los sectores más dinámicos son los jóvenes y los nuevos espacios de producción virtuales, que en sus formas más difundidas del blog y las redes sociales, constituyen un sector societario particularmente sensible a las prácticas identitarias:

 

Algunos jóvenes de la generación @, nativos digitales, ellos, pero usuarios también de una red que se volvió su medio de expresión, su canal preferido, parecen haber acordado una decisión: romper el candado que guardaba el secreto de las palabras en un diario personal. Esa escritura íntima, privada y personal, ahora, puede hacerse pública, puede ponerse a disposición de lectores a través de un blog (Cano, Fernanda. Clase N°5).

 

Por lo que la escena de taller que narraba no parece tan desencajada, ni de los mecanismos mismos del lenguaje -que habilitan la subjetividad-, ni de las nuevas lógicas culturales e históricas que el siglo XXI propone. De algún modo, las prácticas identitarias que he intentado justificar, por un lado, desde la reflexión centrípeta -la lengua y la ‘encerrona’ del lenguaje en torno al Yo-; o asumiendo una mirada centrífuga, hacia la discusión cultural e histórica, me muestran, que cuando escribimos literatura, inexorablemente nos encontraremos con la subjetividad rondando por los pliegues del texto. De algún modo escribimos para decir, para decirnos, para hacernos espejo, unas veces plano, otras cóncavo o convexo de nosotros mismos.

Es que el proceso de escritura, que permite que la identidad se haga visible, involucra recuerdos y olvidos; omisiones y énfasis, pues en todo proceso de construcción de identidad se ligan, indisolublemente, las nostalgias eufóricas con los fragmentos olvidables de las historias de vida. Pensada de este modo, la identidad es una construcción de los agentes sociales a partir de un recorte, unas veces consciente, otra inconsciente, de lo acaecido. De este modo:

 

La memoria es ‘generadora’ de la identidad, en el sentido de que participa de su construcción (...) Identidad (que) da forma a las predisposiciones que van a conducir al individuo a ‘incorporar’ ciertos aspectos particulares del pasado, a realizar ciertas elecciones en la memoria (Joël Candau, 2001: 16).

 

Pero volvamos al espacio del aula. Las prácticas de escritura de aquella mañana me fueron mostrando paulatinamente cómo un tallerista podía escribir sobre sí mismo, qué recuerdos enfatizaba u omitía y cuáles recursos se elegían de la paleta del lenguaje. De algún modo, las lecturas me fueron ayudando a configurar un mapa de regularidades, pistas que me hicieron suponer que todo lo que se escribe en torno al Yo no es tan aleatorio como parecía. Así en las prácticas de escritura pude visualizar tres ‘momentos identitarios’:

 

a. El primero que llamaré protoidentitario conformado por aquellas escrituras, que soportadas en saberes compartidos por lo general no racionalizados, “constituye una memoria imperceptible que agita, mueve el cuerpo sin descanso, constituyendo una ‘alienación fundadora de la identidad” (Muxel, A. En: Candau, J.2001: 20). Si vuelvo a la consigna de aquel día soleado puedo decir que la orientación en la selección del personaje aparecía en torna a ejes fuertes y decididos, entre los que prevalecía la infancia como momento histórico identitario y sus clásicos personajes cariñosos u ‘ogros’. Recuerdos ‘no recordados’ de miedos, fobias y utopías, siempre presentes que delimitaban un espacio de expectativas para la escritura.

 

b. En segundo lugar aparecía, superpuesta a las escrituras protoidentitarias, un conjunto de marcas que, a falta de un nombre más apropiado, llamaré el espacio de las memorias escolares o de los saberes aprendidos, por ser recursos pensados como estrategias[1] de escritura. En aquella consigna sobre un personaje se destacaban los trabajos sobre el lenguaje, para cuidar, ‘pulir’ la configuración del relato y hacerlo verosímil en relación a una historia de vida que permitiera una “narración, a través de la configuración de una trama, [que] viene a sintetizar esos acontecimientos dispersos y heterogéneos que comprenden una vida, a disponerlos en una sucesión, a decirnos primero esto, luego lo otro, más tarde, aquello, a extraer de esa sucesión un relato” (Cano, Fernanda, Clase 5, FLACSO). Los talleristas estaban reproduciendo ‘saberes’ aprendidos en la Escuela, en tanto hablar de un personaje era también ponerle un nombre, hacerle hacer algo creíble en el espacio y en el tiempo, en el marco dominado por un género que habían escuchado con suficiente insistencia en sus trayectos escolares: el cuento.

 

c. Por último la que llamaré metaidentidad, es decir, una identidad para mostrarse en su propia productividad. En muchas de aquellas escrituras aparecía el sujeto de la narración deteniendo el relato de los hechos y reflexionando sobre el hacer mismo de escribir. Enunciados como “Pero pienso ¿dónde estará hoy aquel personaje del pueblo?” indicaban la intención del narrador por mostrarse como productor, en el giro excéntrico -como afirma Genette (1972)- que genera todo pasaje de la diégesis a la extradiégesis[2]. Esta estrategia se enlazaba con aquello que Walter Ong (1984) asocia con las culturas escriturarias, en tanto escribir es también mostrarse como hacedor de lo dicho.

 

La reflexión que estoy concluyendo, en torno a la relación entre escritura literaria e identidad, me ha llevado por la lingüística, la teoría literaria, la semiótica, los estudios culturales y discusiones actuales sobre los talleres creativos. En todo el recorrido, la literatura apareció siempre como práctica ejemplar que oxigena la memoria en ese juego complejo “de la reproducción y la invención, de la restitución y la reconstrucción, de la fidelidad y la traición, del recuerdo y el olvido” (Candeau, J., 2001:104).

La escena con que empecé este escrito me sigue devolviendo sus sentidos. El trabajo con la literatura, que antes se me figuraba un espacio exclusivo de productos estéticos, se fue resignificando con el tiempo también en lugar de la productividad identitaria, en tanto el trabajo con el lenguaje devuelve al sujeto que escribe su propia imagen. De algún modo escribir literatura se parece a un juego de rompecabezas, pero sólo que la figura final es nada más que una versión posible entre otras; como dice Fernanda Cano:

 

La figura del rompecabezas, [en el que] (…) Definir o describir esa tal figura me resulta tan imposible como pensar en un rompecabezas de una sola pieza (…)  Ignoro, también, cuál es la figura que, a cada lector, le ha quedado sobre una mesa. Si todavía sigue mirando las piezas. Si desea dejarlas como están dispuestas, dentro o fuera del aula, sobre un papel o en una pantalla. Si se atreve a probar otros encastres (siempre hay otros encastres, otras formas). Si se anima a buscar otras piezas, con otros nombres, y probar de nuevo para ver qué sucede. (Cano, F. Clase 5, FLACSO).

 

Un juego que aquellos alumnos habían empezado a transitar, quizás sin saberlo. La escritura les fue diciendo, que detrás de los pordioseros, tarotistas, profesores, astronautas, maestras, y maestros estaban ellos mismos construyendo su historia en el rompecabezas de la vida.

 

Bibliografía

 

Arfuch, L.(2007) El giro narrativo en las ciencias sociales. Doctorado en Semiótica, CEA, U.N.C.

                 (2009) Historias de vida: subjetividad, memoria y narración. Diploma 

                                   Superior Lectura, Escritura y Educación.

Candau, J. (2001) Memoria e identidad. Ediciones del Sol.

Cano, Fernanda (2010) Escrituras, jóvenes e identidad: del diario íntimo al blog. Clase

                                     5. Especialización en Lectura, escritura y educación. FLACSO.

Benveniste, Emile (1958) “De la subjetividad en el lenguaje”. In: Journal de

                                     Psychologie. París: PUF.

Genette, Gerald (1972) “Discurso del relato. Ensayo del método”. In. Figuras III. París:

                                    Seuil.

Walter J. Ong (1994) Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra. Fondo de cultura

                                    económica. México.

 



[1] La estrategia supone un conjunto de acciones racionalmente orientadas para la resolución de una práctica.

[2] Genette divide los niveles enunciativos en cuatro subniveles  según la posibilidad de estar presente o ausente, dentro o fuera del enunciado. Así el narrador heterodiegético, es un narrador presente como voz (aunque el lugar de enunciación en tercera persona intenta borrar las marcas textuales), pero fuera de los acontecimientos propiamente dichos. Su nivel de competencia lo dividirá en omnisciente, equisciente y deficiente.

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