Microhistorias e
identidad
en un relato de vida
Magíster y Especialista : Fabián G. Mossello
[artículo con Derechos de Autor, utilizar citando la fuente]
1.
El trabajo que presentamos intenta dar cuenta de las posibilidades que tienen
ciertas prácticas discursivas para construir identidades. A tal fin,
analizaremos un relato de vida producido por un informante adulto mayor, a
partir de las experiencias como niña desde Italia natal hasta Argentina, y sus
primeros años en la zona rural de Villa María, Córdoba.
2.
La problemática de la identidad ha tenido, en los últimos años, una expansión
significativa, ‘impregnado’ buena parte de los estudios en Ciencias Humanas y Sociales.
Así, han cobrando importancia, tanto las “identidades étnicas, regionales,
lingüísticas, religiosas, (…) [como] los nuevos espacios (…) de las identidades
políticas (…) las nuevas ciudadanías, (…) culturales, sexuales, de genero “(Arfuch,
L.2005:24).
Problematización coadyuvada por las reflexiones
emergentes del contexto general de la llamada postmodernidad que supone un
replanteo de los criterios de certeza y estabilidad de las representaciones del
sujeto en la historia, y de los grandes relatos organizadores de la cultura. En
el contexto de “una época donde la sensibilidad y la creatividad del hombre
enfatizan más la incertidumbre frente a su propia figura y al mundo, que el
pensar desde creencias compartidas en la irrefutabilidad de las mismas, para
operar sin vacilaciones, a partir de ellas, sobre la realidad” (Casullo.
1993:14), la identidad tiende a redefinirse lejos de los principios
esencialistas.
Pensar desde la esencia es sostener, que aquello
que los hombres definen como su identidad, es decir, el conjunto de
representaciones que los identifica como individuos pertenecientes a un grupo,
clan, sociedad, región o estado, entre otras posibilidades, se mantiene
incólume en el tiempo. La idea corriente de tradición está ligada a este tipo
de identidades y supone que los hombres deben conservar o rescatar ‘algo’ que
es exterior a los sujetos y que los identifica. De allí derivan, por ejemplo,
ciertas búsquedas de identidad nacional en tanto invariante histórica y
cultural, esto es, objeto de valor definido y que sólo se debe descubrir, tomar
y reproducir.
Por el contrario, las reflexiones en torno al
lenguaje y su capacidad constructiva del mundo, el llamado ‘giro lingüístico’,
puso en tela de juicio los principio estáticos del esencialismo, para redefinir
la identidad como una “construcción nunca acabada, abierta a la temporalidad,
la contingencia, una posibilidad relacional sólo temporariamente fijada en el
juego de las deferencias”(Arfuch, L.2005:24).
Es decir:
La
identidad no es una esencia metafísica que define a los individuos más allá de
cualquier conciencia que puedan tener de ella (...) sino una autodescripción en
el seno de una comunidad que los agentes hacen propia a través de la
socialización y que puede visualizarse empíricamente en las expectativas y
códigos que ponen en funcionamiento cuando se embarcan en acciones comunitarias
(Kaliman, R. 1978:286).
Estas autodescripciones son ‘haceres’ y ‘decires’
históricos, culturalmente modulados por todos los factores que hacen de las
sociedades espacios dinámicos y cambiantes. Zygmunt Bauman (2003) comenta que
si
El
problema moderno de la identidad es cómo construirla y mantenerla sólida y
estable, el problema posmoderno de la identidad es en lo fundamental cómo
evitar su fijación y mantener vigente las opciones (...) (Si) la palabra
comodín de la modernidad fue creación, la palabra comodín de la posmodernidad
es reciclaje” (Bauman, Z. En: Hall, S y du Gay, Paul. 2003:40).
Las particularidades expresadas por Bauman (2003),
como ya enunciamos, se visualizan con mayor énfasis en épocas de modernidad
tardía, de momento que las prácticas identitarias se presentan de manera
discontinua, enfatizando el efecto de fragmentación que produce las condiciones
para una red de intersubjetividades sustentadas y soportadas por el lenguaje.
En este marco de teorías, “y quizá
como consecuencia de la emergencia sintomática de las problemáticas
identitarias (…), la narrativa, como perspectiva teórica y
analítica, adquirió relevancia, tanto para la disciplina histórica como para
las ciencias sociales, sin desmedro por cierto de la teoría literaria” (Arfuch,
L. 2007).
Este hincapié en la narración, implica reflexiones
que enfatizan la “dimensión (..) simbólica de la identidad; el hecho de que
ésta se construya en el discurso y no fuera de él (…), coloca la cuestión de la
interdiscursividad social, de las prácticas y estrategias enunciativas, en un
primer plano” (Arfuch, L.2995:25).
Así, y como
consecuencia de lo dicho, el énfasis en la narración proyecta una serie de
prácticas discursivas al espacio de las discusiones sobre la identidad,
cobrando importancia “la microhistoria, la historia oral, la historia de las
mujeres, el recurso de los relatos de vida y los testimonios” (Arfuch, L.2005:22).
Para Paul Ricoeur (1995), autor clave para las
reflexiones identitarias contemporáneas, es necesario separarse “de la ‘ilusión
sustancialista’ de un sujeto ‘identico a si mismo’, pero sin desatender, sin
embargo, el principio esencial de autoreconocimiento” (Arfuch.2005:26). Al
problema de una identidad “entendida en el sentido de un mismo (idem), se
sustituye la identidad entendida en el sentido de un si mismo (ipse); la
diferencia entre idem e ipse no es sino la diferencia entre una identidad
sustancial o formal y la identidad narrativa. (Arfuch.2005:26).
La identidad narrativa, así, se articula entre el
polo de la mismidad, “que cubre todo aquello [del[ sentido clásico de la noción
de identidad” (Robin.1994:38) y la ipseidad, es decir, la idea de una identidad
que no está nunca terminada” (Robin.1994:38).
Creemos que la noción de identidad narrativa supone
un punto de partida germinal para los estudios de memorias, relatos de vida y
otras formas de escritura atravesadas por los ritmos de la oralidad, con sus
desfasajes, asimetrías, lapsos, silencios. El intervalo entre lo mismo y la
promesa de lo que será la identidad, la narración articula en forma dinámica
las oscilaciones entre el tiempo de la historia, que es un fragmento de vida, y
la del relato.
Queremos cerrar esta reflexión teórica con una cita
que resulta clave para contextualizar nuestro análisis del relato de vida
escogido, pues
El
contar una (la propia) historia no será entonces simplemente un intento de
atrapar la referencialidad de algo “sucedido”, acuñado como huella en la
memoria, sino que es constitutivo de la dinámica misma de la identidad; es
siempre a partir de un “ahora” que cobra sentido un pasado, correlación siempre diferente –y diferida- sujeta a los
avatares de la enunciación. Historia que no es sino la reconfiguración
constante de historias divergentes, superpuestas, de las cuales ninguna puede
aspirar a la mayor representatividad (Arfuch, L. 2005: 27).
3.
El texto que analizamos fue escrito por una informante mujer, adulto mayor de
origen italiano. El escrito responde a lo que se conoce como relato de vida y recrea, retrospectivamente, el itinerario del
personaje Pabela, desde Italia natal,
hasta Argentina y, en particular, la Pampa Húmeda cordobesa.
El relato de vida escogido es parte de un texto
mayor que la informante prepara sobre su vida –su autobiografía-. Lo seleccionamos,
entre otras, porque conserva rasgos de oralidad primaria, lo que le confiere
espontaneidad y relativa baja mediación de los modos formales de la escritura
literaria. Sobresale, de este modo, una enunciación fragmentaria a partir de la
cual los recuerdos emergen con cierta naturalidad otorgándole, además de
‘espesor literario’, calidad al recuerdo.
Cosas de
Pabela es sugerente ya desde el título, al remitir, en
primer lugar, a “cosas”, es decir, objetos personales de alguien; un origen
subjetivo de asuntos, sin delimitación específica, que van a ser visibilizados
por medio de la escritura. El complemento “de Pabela” remite al sujeto, pero a
través de un nombre de personaje casi literario, que preanuncia la investidura
del sujeto de la enunciación y modaliza el texto.
El cuerpo del relato de vida lo hemos dividido en
partes, sin que esto signifique la
parcelación y aislamiento de cada una de ellas, pues la lógica narrativa con
que aparecen los hechos responde, más a la presentación aleatoria de
microhistorias, que a un texto con rigurosa trama narrativa.
En primer lugar, el relato retrospectivo
reconstruye un origen. El deíctico “yo” inaugura el relato de vida para
asignar, desde las primeras palabras, la construcción del recuerdo. Nombres,
fechas, lugares, circunstancias garantizan al YO el reconocimiento de una
cultura, la piamontesa, marcando su condición de inmigrante de primera
generación, co-seguro de una ascendencia ‘gringa de primera mano’ legitimadora
de lo que dirá en el relato.
Italia es “bella” y “Villamonetta” está cubierta de
nieve, asignando al espacio de partida los rasgos idílicos de muchas historias
de la inmigración en Argentina. Esta operación de idealización modalizará el
resto del relato de vida de Pabela,
en el que sobresale el recuerdo emotivo
del pasado.
De Italia se abren las referencias breves, pero
significativas, al espacio móvil por antonomasia del inmigrante: “el buque”.
Lugar fundacional del enunciador, el barco aparece inaugurando “los primeros
pasos” de la vida, para resignificar un
modo de caminar; significativa alusión humorística de un origen, coseguro del
saber vehiculizado en el texto:
Mis primeros
pasos los di en el buque que nos traía, según mi familia,
esto se nota en mi forma de caminar,
ya que no puedo seguir un trecho en línea más o menos recta sin desviarme.
En este sentido, si el primer bloque del relato
parece asentado en la construcción de lo que ha quedado en algún rincón de “mi
inconsciente”, lo que sigue más bien es resultado de la emergencia discontinua,
aleatoria de distintos hechos vividos, que por su significancia y valor, emergen
a través de significantes, en su mayoría eufóricos, que instalan la sorpresa,
la expectación ante lo nuevo.
Así, el ingreso al país y las vivencias de infancia
en los campos de la Pampa Húmeda, están atravesados por los clichés del relato
de inmigrantes. En términos todavía generales, el enunciador remite a los temas
que emergen con intensidad de la nueva realidad, del nuevo espacio que hay que
conocer, pero que también tiene su historia. De este modo, el relato
retrospectivo activa una serie de asuntos que se narran desde la experiencia
personal del YO, entre lo que sabe como inmigrante italiana y lo que hay que
aprender de la población vernácula.
Un primer tema relevante de este recorrido rural es
la referencia al espacio de ‘aquí’. A partir de una serie decreciente que
incluye Argentina, Pampa Húmeda cordobesa, “montes” y “pequeña localidad” (Los Zorros)[1], se construye la arcadia americana a través de
variados recursos del lenguaje, entre los que destacan los cromátismos,
diminutivos, sabores y nombres autóctonos para referir sobre la vegetación o la
presencia animal, que verosimilizan el enunciado y transfieren al espacio los
deseos del YO:
Llegando a
Los Zorros pequeña localidad donde conocí
a mi amiga más fiel del reino animal una perrita blanca y marrón pelo
cortito petisona, la nombré Violeta que por varios años me acompañaría por los
senderitos del monte, juntando florcitas silvestres de cien colores, variedades
y perfumes. Espinillo de un bello amarillo fuerte llamado también aromito. Probando
y saboreando de las frutas silvestres, piquillín, talitas, chañar, tasi de
cáscara muy rugosa y dura con un pequeño corazón muy dulce la flor llamada
manbucuruyá o flor de los estigmas que Jesús sufrió, caminando hasta el pie de
la cruz, hasta que sería crucificado.
El cierre místico supone una
traslación al nuevo espacio de sistemas de valores del inmigrante, en
particular su religión, para resemantizar lo autóctono americano en continuidad
con Europa –también Dios está en estos campos-, y el sacrifico –como Cristo,
nosotros, los italianos, nos vamos a sacrificar- preanunciado los relatos de
las gestas individuales o colectivas, tan frecuentes en los relatos de inmigrantes.
Si el ‘aquí’ rural es motivo de
sorpresa, admiración ante lo nuevo, la vinculación con otros actores es
particularmente interesante.
Buena parte de los actores con que
se relaciona el enunciador son representantes de lo que se conoce como ‘pampa
criolla’, es decir, aquellos pobladores que nacieron en América antes de la
llegada de las oleadas inmigratorias de fines del XIX y principios el XX.
Dentro de otra acepción se denominan así a los mestizos –gauchos, peones, entre
otros- hábiles personajes en todas las labores del campo y sobre todo en
relaciona a los animales.
En el texto de Pabela, sobresale “Don Santos” como
maestro del YO en los saberes específicos del entorno rural. De ahí, todo el
‘peregrinaje’ que emprende la niña de la mano del dador de saber, en un
reconocimiento cargado de afectividad:
De la mano de
don Santos, único contacto físico que tuve, fue conocer la variedad de plantas
venenosas y urticantes, entre ellas la ortiga que crece alta y la rastrera de
una florcita blanca y amarilla, cuyo fruto era como un balón de corcho, la
cicuta muy venenosa que a pesar de jugar cortando fideos de distintas formas
nunca un trozo a la boca, y un frutito muy rojo y tentador que si probé llamado
el ají de la mala palabra (puta parió) y
saborear la uvita del monte.
Un saber que se asocia con las
culturas vernáculas y permite la constitución del sujeto competente, a través
de una mezcla de enseñanza biológica y chamánica. Estos saberes de una cultura
anterior al inmigrante se ven reforzados por las alusiones al espacio. Don
Santos no es inmigrante, es empleado del padre de Pabela y habita un “rancho”, la vivienda de un tipo social, que
para el tiempo de la historia está representado por el peón rural, sucesor
directo del gaucho. Este espacio construido reubica a los actores con funciones
más ligadas a la tierra, los conocimientos prácticos y la sencillez de las
vidas rurales:
El rancho de
don Santos, como todos los otros (…) Casi siempre las construcciones
estaban iluminadas por la luz natural
del sol, la luna, y la lumbre del fuego, en la entrada de algunas casas por luz de vela o un farol que funcionaba a
kerosene.
En la serie criolla, el recuerdo
se desplaza hacia otro conocedor de lo natural, “Don Cirilo”, destacado por
realizar un trabajo ‘pesado’, el de hachero, pero clave en la economía de las
pampas como es la obtención de carbón (la energía de aquellos campos):
Había un
hachero don Cirilo, hombre solo, que se quedaba en época de calor y se dedicaba
a quemar carbón de primera calidad, llevando siempre puesta una camiseta de
mangas cortas.
Si la identidad del YO se va
construyendo en relación a los espacios y actores vernáculos, a través de
programas narrativos de descubrimientos y de estados pasionales de asombro ante
lo nuevo que esconde ‘la cultura de la pampa’, también es importante el vínculo
con los coterráneos –familiares y amigos-:
[Caminábamos] con mi madre viendo las
gallinas, pollitos, chivas.
La alusión esporádica a la madre
se completa con la referencia al padre y el encuentro con objetos de valor
clásicos de las primeras décadas del siglo pasado:
Mi papá que
me traía galletitas llamadas Mu- Mu cubierta de glacé rosa, las cuales tenían distintas formas, animalitos, flores hasta la forma de un niño.
Solía traerme a veces unos caramelos que formaban unos pimientos chicos verdes,
amarillos o rojos, el tallo para
sostenerlos y poder chuparlos era un palito blanco muy bien endurecido llevando
escrito en su interior una adivinanza
La referencia a la bebida
“chinchibira (…) galletitas llamadas Mu- Mu”, remite a una memoria emotiva que
permite recuperar los lugares del pasado ligados al placer y el juego infantil.
La colección de recuerdos de
personajes se completa con dos grupos bien definidos. Por un lado los
coterráneos, discursivizado como Don José Caffaratti, piamontés y dueño de un
bar, un “boliche”. La relación con el gringo José es distinta y supone un dato
importante: las ligaduras entre los miembros del colectivo-inmigrantes y los
posibles lazos para la reproducción de la cultura venida de Europa:
Don José Caffaratti le decía al
bolichero, bebida para mi futura nuera
Ñata [Pabela]
La construcción de la identidad
del colectivo al que pertenece Pabela
remite, en último lugar, al idioma. Así aparecen padres, tíos y amigos y el
mismo enunciador en relación afectiva con el dialecto piamontés, vehículo
lingüístico de los valores que refuerzan una identidad de origen que se cultiva
entre los pares y refuerza los vínculos familiares dentro del hogar. No parece
haber tensión entre la cultura del piamontés y la de los actores criollos, pero
el enunciador deja claro que hasta el presente (Pabela, ya una mujer mayor) ese
duro dialecto montañés la acompaña:
En mi hogar hablaba con mis padres,
tíos y amigos que venían de Italia, el piamontés, saliendo afuera, el idioma de este país
aprendiendo simultáneamente la forma de hablar y expresarme, es así que
mi acento es piamontés.
Si lo consanguíneo y el dialecto
son puntos fuertes para la constitución de la identidad de los italianos de
Piamonte y la consiguiente reubicación del YO como parte de ellos, es fuerte,
además, la necesidad de diferenciarse de otros grupos inmigrantes como los
marquellanos, rivales consuetudinarios de los primeros. Ambos grupos
trasladaron sus pleitos, conflictos y pugnas históricas desde Europa a
Argentina. El YO intenta distanciarse de los marquellanos, asignándole sentidos
diferenciales respecto del grupo de referencia piamonteses, a través de semas
que indican superstición, cerrazón aunque, en un pasaje de claro lirismos,
rescata de aquellos sus esfuerzos por colonizar una tierra que le había quitado
ya un hijo:
Enfrente
de nuestra casa había una familia cuyos padres eran Marquellanos, creo que
de la parte llamada Marina, siendo
población muy supersticiosa. Vi como en pleno invierno y noches estrelladas
entre rezos y salmos sacaban una chapa de zinc del techo para darle el alma de
Mario, su hijo más pequeño, a dios y que se elevara más rápido, y volara directamente al cielo. Larga espera y
en dura y lenta agonía su último hálito de vida volara en un suspiro al
infinito. Noche alucinante entre el brillo de las estrellas y el grito de las
aves nocturnas y agoreras hacía de esos momentos para mí duros y lentos.
4.
El relato de vida de Pabela manifiesta los trazos de una identidad “‘puesta
en trama’, al modo en que se articulan tiempos, voces, protagonistas en los
diversos planos de la narración, una forma
que es a la vez una puesta en sentido” (Arfuch, Leonor. 2007).
Identidad soportada en una memoria
cognitiva (en relación al saber), pragmática (del hacer) y emotiva (de las
pasiones puestas en juego), que articulan el relato del YO:
- Para
nombrarse como parte de un mundo en su carácter de ser, su mismidad. Referencia explícita a
una ascendencia italiana, piamontesa, hija de, a través de una memoria de
lo contado, más que de lo vivido. Protomemoria en el sentido que se
constituye a partir de los fragmentos de historias contadas al YO por
informantes calificados, como padres, tíos, abuelas, entre otros
coterráneos y próximos al espacio de experiencias y constitutivos del
contorno etno-cultural de partida del enunciador. En este nivel, la
identidad se completa con las referencias cliché de relatos de
inmigrantes: “buques”, “Italia”, “nieve” para construir el viaje, motivo
recurrente como espacio móvil de la esperanza.
- Pero
también para irse constituyendo en sujeto de la sorpresa; sujeto
consciente y narrador vivencial de unos itinerarios hechos de ‘retazos’,
‘jirones’ –las microhistorias de Pabela-.
Identidad no fijada, móvil,
dinámica que intenta construirse en relación a lo otro – personajes,
espacios, circunstancias, que satelitan en torno al YO. Es este polo, el
de la ipseidad, en el que se
enfatizan las relaciones intensas con la población vernácula, como modo de
abrir el relato a otras voces (Bajtín) y propiciar la actividad dialógica.
Así, el polo ‘criollo’ no es menospreciado por el YO sino, por el
contrario, fuente de ‘saberes’, legitimando lo autóctono y poniéndolo como
punto de partida para la elaboración de una identidad integrada entre las
dos culturas (criolla y gringa).
La perspectiva teórica asumida en
este trabajo, “particularmente pertinente para
abordar la configuración de identidades y subjetividades, aproximarse a experiencias y memorias, tanto
individuales como colectivas, [y] analizar el modo en que diversas textualidades,
discursos, representaciones, imágenes, se entraman en “grandes narrativas”
(Arfuch, Leonor. 2007), permitió analizar los polos mismidad/ ipseidad en la historia de Pabela y mostrar como la narración del YO articula las
microhistorias para mostrar los intentos por reconocerse como hija compartida de Italia y Argentina.
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Anexo.
Texto Fuente
Villa
María 2007
Historia de vida
Cosas de Pabela
Yo nací
el día catorce de septiembre de 1920 en la bella Italia, en la parte más ancha de la bota, límite con Francia, en la zona piamontesa en un pequeño lugar
Villamoneta, provincia de Cúneo, a decir de mis padres siempre cubierto de
nieve, y me dieron el nombre Olga María, previa discusión con el sindaco
(intendente) que me anotó, no era el
nombre adecuado para una niña pobre, pero como
mi madre conocía sus derechos exigió que me llamaran así.
Mis primeros pasos los dí en el buque que
nos traía, según mi familia, esto se nota en mi forma de caminar, ya que no puedo seguir un trecho en línea
más o menos recta sin desviarme.
Mi primer recuerdo al pisar tierra
argentina, después de más de treinta
días de navegar, evidentemente que para mí fue muy fuerte quedando en algún
lugar de mi inconsciente. Al pasar los años,
un día por una razón equis floreció el recuerdo de aquel día de lluvia y
frío, con mucha gente de distintas voces
de razas y credos, que reían y lloraban
e imploraban a su dios al mismo tiempo. Ancianos, hombres, mujeres, niños, el
mismo dolor y alegría, risas y llantos.
No recuerdo nada del viaje en tren que nos
trajo hasta Villa María, zona en la que viví y vivo. Llegando a Los Zorros
pequeña localidad donde conocí a mi
amiga más fiel del reino animal una perrita blanca y marrón pelo cortito
petisona, la nombré Violeta que por varios años me acompañaría por los
senderitos del monte, juntando florcitas silvestres de cien colores, variedades
y perfumes. Espinillo de un bello amarillo fuerte llamado también aromito.
Probando y saboreando de las frutas silvestres, piquillín, talitas, chañar,
tasi de cáscara muy rugosa y dura con un pequeño corazón muy dulce la flor
llamada manbucuruyá o flor de los estigmas que Jesús sufrió, caminando hasta el
pie de la cruz, hasta que sería crucificado.
Entre las cosas que permanecen en mi
memoria, por ejemplo, es el color de aquel fruto , que era amarrillo , su corazón rojo
brillante, dulce que a mí me gustaba
mucho. Por allí conocí a don Santos, delgado, voz suave, tez pálida, y bigotes
lacios caídos que; ya de grande me
recuerdan los bigotes de los mandarines. De la mano de don Santos, único contacto físico que tuve, fue conocer
la variedad de plantas venenosas y urticantes, entre ellas la ortiga que crece
alta y la rastrera de una florcita blanca y amarilla, cuyo fruto era como un
balón de corcho, la cicuta muy venenosa que a pesar de jugar cortando fideos de
distintas formas nunca un trozo a la boca, y un frutito muy rojo y tentador que
si probé llamado el ají de la mala palabra (puta parió) y saborear la uvita del monte. Conversaba con
él sobre los malestares que sufrían las
señoras mayores que acompañaban a sus hijos o nietos. Rodajas finas de papa en
la frente bajando la sien, para mejorar el dolor de cabeza, pedazo de papel de
fumar, ya fumado, relleno de azufre en
la sien para quitar el aire pero tanto una dolencia u otra siempre seguían los
medios porotos. En mis diarias charlas le comentaba los males de doña Petrona o
de las demás señoras. Además yo tenía mi
propia tropa de caballos, animal
que admiro hasta el presente y que
lamentablemente casi no se ven en el
campo de no ser cerca a alguna remonta del ejército. Mi tropilla la
hacia con los zapallitos amargos de formato alargado, las cuatro patas con
ramitas de algarrobo, la cabeza con el
más chico, mi caballada se distinguía por ser chupina, la madrina llevaba como
distintivo colgado al cuello el cencerro y una plumita blanca, me entretenía
con ellos.
El rancho de don Santos , como todos los
otros, tenía en su construcción, el pozo siempre rectangular , no calculo las
medidas, saliendo afuera dos o tres escalones ,
cuatro palos de algarrobo con una horqueta en cada punta enterrada en el
suelo, las puntas lisas las horquetas hacia arriba y a lo largo un palo recto
por todas las horquetas siempre sobresaliendo un pedazo, en cada lateral unos
yuyos altos de muchas hojas y tallos flexibles, no recuerdo su nombre, tirándole encima paladas de tierra que aún
permanecía húmeda, que durante la primera
llovizna o escarcha de las heladas las endurecerían. Casi siempre las construcciones
estaban iluminadas por la luz natural
del sol, la luna, y la lumbre del fuego, en la entrada de algunas casas por luz de vela o un farol que funcionaba a
kerosene y mecha, con una manija, al que
le cruzaban su tubo de vidrio para preservarlo del fuerte viento y lluvias , a veces también de
la piedra. Durante las veinticuatro horas
el fuego permanecía encendido no permitiendo así la entrada de alimañas.
En mi
hogar hablaba con mis padres, tíos y amigos que venían de Italia, el piamontés, saliendo afuera, el idioma de este país
aprendiendo simultáneamente la forma de hablar y expresarme , es así que
mi acento es piamontés.
Los árboles se hachaban en invierno que es
la estación que los árboles están sin hojas. Había un hachero don Cirilo,
hombre solo, que se quedaba en época de calor y se dedicaba a quemar carbón de
primera calidad, llevando siempre puesta una camiseta de mangas cortas para
evitar picaduras de moscardones verdosos que,
al picar y poner huevos se convertían en queresas, las mismas serían
devoradoras, yo había visto curar
caballos de lo mismo, le sacaban los bichos con un pedazo de alambre y las
untaban con grasa de carro negra.
Don Cirilo fue picado por estos moscardones
en la espalda. Me decidí curarlo, saqué del botiquín de la
Agrícola
vendas, algodón en una botella
pequeña, creolina Manchester, partí
caminado hacia Don Cirilo y manos a la obra. Se quitó la camiseta, le revisé la
herida estando llena de gusanos blancos, con un pequeño hisopo de algodón lo
fui limpiando, lo lavé bien con otro algodón, una mezcla muy liviana de
creolina y con trozos de gasa le puse pequeñas compresas de la mezcla preparada
y viendo que lo podría hacer, según mi criterio, solo le dejé instrucciones
para curarse, partí caminando muy tranquila y feliz.
También sé como se desuella una vaca y se
cuerea para su posterior consumo, estaba un joven haciendo su trabajo y yo
observando al llegar a una pata trasera me dice “Duro el pato para pelar ”,
contestándole yo “más duro me parece la pata para pelar”, episodio éste que
muchos años más tarde le dijo a mi padre dígale a la niña Ñata que sigue siendo
más dura la pata para pelar.
Caminando con mi madre viendo las gallinas,
pollitos, chivas a mamá le llamó la atención un chivo, el que estaba atado con
una cadena al cogote muy larga a
un algarrobo. Mi mamá caminaba un tanto distraída haciendo calzeta, de pronto
el chivo empezó a correrla y yo le grité ¡corré lo más rápido que puedas alrededor del árbol! y en corto plazo se estrelló contra el mismo, quedando un tanto atontado.
Continuando con Don Santos a veces, me iba
sola hasta su rancho, invitándome a comer, lo que consistía en medias galletas fritas en una
sartén en pedacitos de grasa de vaca llamada de pella, los que serían unos ricos
y crocantes chicharrones acompañándolos a veces con puchero o asado.
En mis repetidas caminatas que me llevaban a
Don Santos siempre seguida por mi fiel Violeta llevaba en brazos una muñeca de
trapo blanco, ojos negros, labios rojos, cejas negras y viéndola muy linda pero
sin cuerpo, únicamente la tela que colgaba, poniendolé yo como cuerpo una
botella de gaseosa llamada chinchibira cuyo vidrio era muy grueso la cerraba
herméticamente una bolita de vidrio, tanto me gustaba esa bebida que en el boliche
de los Zorros un sodero de La Playosa Don José Caffaratti le decía al
bolichero, bebida para mi futura nuera
Ñata.
Esa botella era el cuerpo de mi muñeca
Chita. Un día cualquiera salí al camino que me llevaría al pueblo al encuentro
de mi papá que me traía galletitas llamadas Mu- Mu cubierta de glacé rosa, las
cuales tenían distintas formas, animalitos, flores hasta la forma de un niño.
Solía traerme a veces unos caramelos que formaban unos pimientos chicos verdes,
amarillos o rojos, el tallo para
sostenerlos y poder chuparlos era un palito blanco muy bien endurecido llevando
escrito en su interior una adivinanza la cual Don Santos me leía y, a su manera simple, me hacía entender. Un día
Don Santos venía hacer sus compras cotidianas preguntando a mi mamá Doña María,
Ñata no vino de visita, comentándole mamá, hace rato andaba dando vueltas por
el patio, empezaron a llamarme y también
a Violeta, nadie respondía.
Se entraron a preocupar, preguntando a las
pocas personas que andaban por ahí en ese momento. De pronto mamá les dice
suban al molino desde ahí miren el camino que va a Los Zorros, desde ahí pueden
divisar a ella y a su Violeta y la larga cola de perras más grandes. Así fue, me
vieron hecho ya un largo camino, y
seguida de la larga cola de perras. En esa caminata debo haber hallado un
pequeño pedazo de loza o mayólica la que empecé a juntar en ese minuto y lo
hice por varios años con tanto entusiasmo y
alegría. Por ese camino encontré a una joven y bella
señora de ojos muy claros, una tez que sentía al besarme tan suave como sentir en la boca la misma
suavidad y ternura que al rozar la boca el pétalo de una rosa roja. La señora,
era la esposa del panadero, y tenían en su casa, un lindo mate de pie de loza, y en relieve tenía un pensamiento
violeta y amarillo en varios matices ,
tanto me agradaba que en mi entusiasmo por tenerlo fui una egoísta total
llegando al punto de querer que se
rompiera para poder llevarme uno o varios pedazos que acrecentarían a lo que
yo les llamaría mis platitos.
Cuando terminó el trabajo en el que mis
padres fueron a Oliva a juntar maíz nos acompañó don Santos, pero empezó el
trabajo duro porque el maíz estaba muy
caído. Mi papá comenzó a juntarlo sin
tener la mínima idea como hacerlo, llevaba colgado de la cintura pasando entre
sus piernas una larga maleta, creo que por lo menos dos metros o más, en la
mano un deschalador, no recuerdo bien su forma,
era de hierro fino, arandelas de
cuero y la punta terminaba con un punzón muy filoso. Mi papá tenía la piel muy delicada, lastimándose muy fácil, así con
las manos llenas de sangre por los cortes de la chala muy seca, llevándome a mí
de contrapeso sentada sobre la maleta, a
cada rato se paraba y decía en alta voz si el gringo Roasio se pierde no
lo busquen nunca más juntando maíz. Terminó su trabajo con mucho esfuerzo y
sudor a pesar del fuerte frío.
En ese lugar conocí a doña Fernanda,
paraguaya, mujer morena y alta con
cabello oscuro y rizado, una dentadura muy brillante. Tenía una voz muy dulce,
cantaba canciones quizás algunas en
guaraní. Ese mismo año hubo una de las más terribles invasiones de langostas, devorando a su paso
todo lo que se pudiera comer; desde las prendas de ropa hasta la corteza de los
árboles.
……..Enfrente de nuestra casa
había una familia cuyos padres eran Marquellanos, creo que de la parte llamada Marina, siendo población muy
supersticiosa. Ví como en pleno invierno y noches estrelladas entre rezos y
salmos sacaban una chapa de zinc del techo para darle el alma de Mario, su hijo
más pequeño, a dios y que se elevara más rápido, y volara directamente al cielo. Larga espera y
en dura y lenta agonía su último hálito de vida volara en un suspiro al
infinito. Noche alucinante entre el brillo de las estrellas y el grito de las
aves nocturnas y agoreras hacía de esos momentos para mí duros y lentos.
2. La problemática de la identidad ha tenido, en los últimos años, una expansión significativa, ‘impregnado’ buena parte de los estudios en Ciencias Humanas y Sociales. Así, han cobrando importancia, tanto las “identidades étnicas, regionales, lingüísticas, religiosas, (…) [como] los nuevos espacios (…) de las identidades políticas (…) las nuevas ciudadanías, (…) culturales, sexuales, de genero “(Arfuch, L.2005:24).
Problematización coadyuvada por las reflexiones emergentes del contexto general de la llamada postmodernidad ...
Los que deseen leer el resto del artículo deberán enviar un email al autor fmossello@gmail.com
Trabajo protegido por derecho de autor.
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