COMPARTO EL ARTICULO EN LA REVISTA SOCIALES INVESTIGA: " VIOLENCIA DE GÉNERO EN NOVELAS NEOPOLICIALES ARGENTINAS".
Revista Sociales Investiga
Sección: Avances de investigación
Violencia de
género en novelas neopoliciales argentinas
Femicrímenes en
Los que duermen en el polvo y La soledad del mal de Horacio Convertini
Autor. Dr.
Fabián G. Mossello
Docente Regular
Teoría y Crítica Literarias
Universidad
Nacional de Villa María
Resumen
Este trabajo realiza un recorrido por la estética
neopolicial y sus maneras de representar el delito. Dentro de este género nos
interesa un tipo particular de agresión tematizada por la literatura policíaca
y que tiene como escenario la violencia ejercida sobre mujeres. Existen
violencias gestadas o consentidas por las instituciones estatales que se
manifiestan, muchas veces, como acciones de represión y corrupción. Pero,
también, hay violencias acaecidas en espacios privados, invisibles a los
registros oficiales y que se hacen presente sólo cuando la desmesura del hecho
‘perfora la membrana’ del ocultamiento y se hace pública. La violencia de
género es una de estas formas que se hace visible, muchas veces, solo cuando se
convierte en femicidio. La literatura neopolicial ha registrado la temática del
femicidio para construir la denuncia a un suceso que desborda las reglas que
explican la dinámica social. En este artículo desplegamos un análisis de las
representaciones de la violencia en Los
que duermen en el polvo y La soledad
del mal de Horacio Convertini, ejercicios literarios novedosos en el uso de
los géneros literarios y la construcción del misógino solitario atravesado por
la esencialidad del mal.
Palabras clave: literatura- neopolicial- representaciones- violencia-
femicidios
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Gender violence in Argentine neopolitical novels
Femicrímenes in
Those who sleep in the dust and The loneliness of evil by Horacio
Convertini
Summary
In this work, we take a tour of the neo-police aesthetic and
its ways of representing crime. Within this genre, we are interested in a
particular type of aggression themed by police literature and which is set
against women. There is violence conceived or consented to by state
institutions that often manifest themselves as acts of repression and
corruption. But there are also acts of violence that take place in private
spaces, invisible to official records and that are present only when the excess
of the act "pierces the membrane" of concealment and is made public.
Gender violence is one of these forms that become visible, many times, only
when it becomes femicide. Neo-police literature has registered the subject of
femicide to build the complaint of an event that goes beyond the rules that
explain social dynamics. In this article we deploy an analysis of the
representations of violence in Los que
duermen en el polvo and La soledad
del mal by Horacio Convertini, novel literary exercises in the use of
literary genres and the construction of the lonely misogynist crossed by the
essentiality of evil
Keywords: literature- neopolicial- representations- violence-
femicides
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Violencia
de género en novelas neopoliciales argentinas
Femicrímenes en
Los que duermen en el polvo y La soledad del mal de Horacio Convertini
I.
Un punto de
partida
El trabajo que proponemos supone un recorrido por la
estética neopolicial y su particular manera de representar el delito. Dentro de
este espacio genérico nos interesa reflexionar sobre un tipo particular de
agresión que viene siendo tematizada por la literatura policíaca y que tiene
como escenario la violencia, sobre todo la ejercida sobre mujeres, en el
contexto de lo que hoy se denomina violencia de género.
La violencia es un concepto ambiguo que incluye una
multitud de variables, entre ellas la amplia variedad de códigos éticos y
morales que existen en las distintas culturas del mundo. Como todos los
conceptos, la idea de la violencia supone una red histórico-ideológica que la
contiene y define, de tal modo que lo que para unas sociedades es justicia para
otras es uso del poder y fuerza en desmedro de la libertad. De esta manera, lo que
se cuenta en la literatura y puede ser interpretado como violento, debe ser
anclado en sistemas de valores relativos a contextos históricos, sociales y
culturales.
La violencia es un tipo de acción compleja que puede
desplegarse en múltiples escenarios. Etimológicamente es el uso inmoderado de
la fuerza (física o psicológica) por parte del violento o agresor para lograr
objetivos que van contra la voluntad del violentado o víctima. Así, los
tipos de violencia más comunes son
la física, psicológica, emocional, verbal, sexual, espiritual, cultural,
económica y laboral. Cada una se manifiesta de una forma particular y tiene
unas consecuencias características” (León, 2020: 63).
En este sentido, existen violencias gestadas o consentidas
por las instituciones estatales que se manifiestan, muchas veces, como acciones
que tienden a favorecer la represión, el uso parcial de las leyes y la
corrupción (que es una forma de ejercer la violencia sobre el patrimonio de una
Nación). Pero, también, hay violencias acaecidas en espacios privados,
invisibles a los registros oficiales y que se hacen presentes sólo cuando la
presión social, la denuncia y la desmesura del hecho ‘perfora la membrana’ de
los ocultamientos y se hace pública. La violencia de género es una de estas formas
que se hace visible muchas veces cuando es demasiado tarde y se convierte en femicidio.
II.
La novela
neopolicial: crítica social, política e ideológica
Un aspecto destacado en las series neopoliciales es el
relacionado con la crítica social, política e ideológica que realizan estas
narrativas, a través de la inclusión de temas que muestran situaciones de
connivencia entre Estado y crimen organizado. Así, en esta referencia a
cuestiones políticas y sociales, el enigma se disocia del crimen, ya que aquel
no siempre está vinculado directamente a una muerte. Temas como la trata de
personas, asociaciones mafiosas, narcotráfico y corrupción son mostrados muchas
veces en estas narrativas latinoamericanas y puestos en primer lugar antes que
el misterio de una muerte ya acaecida (como en la tradición de enigma) o el
‘simple hecho de matar’ enfatizado por la serie hard-boiled. Como refiere Taibo II, a través de la crítica de
Noguerol Jiménez (2010), el neopolicial
privilegia el contexto social y,
como consecuencia, deja el misterio por resolver en un segundo plano. Ya lo
señala José Daniel Fierro, el escritor metido a policía que protagoniza La vida misma (1988): el neopolicial es
una novela de crímenes muy jodidos, pero lo importante no son los crímenes,
sino (como en toda novela policíaca mexicana) el contexto. Aquí pocas veces se
va a preguntar uno quién los mató, porque el que mata no es el que quiere la
muerte. Hay distancia entre ejecutor y ordenador. Por lo tanto, lo importante
suele ser el porqué (Taibo II, 1988:144).
Este privilegio del contexto social en el neopolicial por
sobre el enigma a resolver que enfatiza el policial clásico, provoca un interés
mayor por la razón, la causa, el porqué del crimen, porque el autor, el
ejecutor del delito, suele diferenciarse del ideólogo o de quien manda a matar.
Un ejemplo es la novelística de Mempo Giardinelli, como Luna caliente (1983) o Qué
solo se han quedado los muertos (1985). En otros ejemplos, el asesinato
aparece gratuito o se caracteriza por la gratuidad y la irracionalidad y se
explica por el contexto político. Es el caso de la novelística inscripta en
tiempos de la dictadura cívico-militar del 76’ en Argentina o de la dictadura
de Pinochet en Chile. Así, muchas novelas del neopolicial centran su atención
precisamente en denunciar el horror vivido en momentos del terrorismo de
Estado. Es lo que ocurre con el chileno Ramón Díaz Eterovic, quien aborda el
tráfico de hijos de desaparecidos en Nadie
sabe más que los muertos (1993).
Este aspecto que llamamos la dimensión delativa adquiere una relevancia central en estas
novelas escritas en las últimas décadas, lo que significa una modificación del
sentido “epigonístico” referido por Lafforgué y Rivera (1982) sobre la
naturaleza imitativa de buena parte de la narrativa policial argentina respecto
de sus maestros ingleses, franceses y norteamericanos. Los neopoliciales
latinoamericanos y argentinos en particular introducen, en un número importante
de sus novelas, la dimensión crítica al contexto social y así salen del mero
ejercicio literario o preceptivo de reproducir una matriz literaria, para
proyectarse hacia lecturas del mapa societario contemporáneo y elaborar, en muchos
casos, hipótesis ficcionales de resolución de sucesos delictivos que involucran
al Estado y el crimen organizado.
Lo delativo se encuentra interconectado a otros rasgos que
hacen a las especificidades del neopolicial delimitadas por críticos tales como
Pazskowski (1999), Piglia (1979), Taibo II (2000), Giardinelli (1990) y
Monsivais (1973), entre los más destacados. Así, podemos indicar constantes en
dicha literatura:
• Presencia
de detectives no siempre profesionales, sobre todo amateurs, impulsados a
investigar por razones que sobrepasan lo meramente económico y que involucran,
en muchos casos, motivos de orden personal.
• Búsqueda
de la verdad como teleología de un sistema gnoseológico más amplio, que excede
el mero ‘saber sobre’ o ‘descubrir algo’, para incorporar problemas éticos y
axiológicos.
• Un crimen
que casi siempre es explicado a través de recorridos investigativos complejos,
en los que se combinan estrategias profesionales con recursos y saberes
extraídos de las rutinas hogareñas, laborales, familiares, entre otras.
• Un trabajo
intenso con otros textos, no solo literarios. Los neopoliciales se destacan por
sus relaciones intertextuales e interdiscursivas, tanto con textos y discursos
del mismo campo literario, como con otros lenguajes, soportes y disciplinas. No
es menor la relación con el cine negro y de acción, con la historieta y los
superhéroes de cómic, con el teatro, con la historia y el psicoanálisis, entre
otras muchas posibilidades.
• Presentación
en los enunciados de una criminalidad ligada, con frecuencia, a delitos de
connivencia entre Estado y crimen organizado.
• Por
último, y en consonancia con el tema de este artículo, estas narrativas
plantean escenas públicas y privadas de violencia –como veremos en el caso a
analizar- como una marca identificatoria de los tiempos que vivimos. Violencias
policiales, violencias sociales y violencia familiar, violencias sexuales,
entre otras.
Las escrituras neopoliciales latinoamericanas constituyen
un espacio de escrituras comprometido con la realidad que, desde los años
setenta hasta nuestros días, han reflejado las facetas más oscuras de la
condición humana cargándose de “pesimismo para denunciar la corrupción
omnipresente en unas sociedades en las que triunfa, definitivamente, el
asesino” (Noguerol Jiménez, 2010: 36).
La literatura neopolicial, es sabido, ha desplegado una
mirada sobre la violencia en Latinoamérica en tanto plantea, como hemos
referido, una distancia entre ejecutor y ordenador. Por lo tanto, lo importante
suele ser (no quién mató sino) el porqué” (Taibo II, 1988: 144). Ese porqué es clave en nuestra reflexión y
tiene que ver con los inicios del espacio literario de la novela negra. Desde
sus orígenes, Chandler enfatizó la perspectiva del detective, siendo Marlowe el
paradigma del investigador profesional. Elvio Gandolfo comenta que en Argentina
y, por extensión sin equívocos en Latinoamérica: “han copiado o tendido a
reproducir una parcela pequeñísima [de las series policiales negras y de enigma
extranjeras] (…) Exagerando, podría decirse que no han elegido una corriente,
ni un autor, ni una obra, sino un personaje: Philip Marlowe” (Gandolfo, 2007:
160).
Frente a este panorama dominado por el investigador, el
género neopolicial complejiza la focalización narrativa al introducir otras
perspectivas para contar. Es el caso de la novela de la víctima (contar desde
la víctima) o el victimario (asesino serial, ocasional, por encargo, entre
otros). Esto supone la ausencia de una figura reparadora como la del detective
y la trama del policial, sobre todo la de la serie negra, se hace intensa, más
cercana al thriller, por
su dinamicidad y capacidad de despertar el suspenso. Así, el enunciatario tiene
una visión desde adentro de la mente perseguida o perseguidora, con incremento
considerable del suspenso o ‘adrenalina narrativa’ y una subjetivación de la
trama. La verdad, en estas narrativas, y el núcleo de problemáticas que origina
el suceso se plantean como una teleología personal del actor o de los actores.
Por lo que, en estas nuevas escrituras del crimen, el enunciatario es
manipulado con mayor intensidad que en otras, para buscar adhesiones afectivas
(en el caso de las novelas de la víctima) o rechazos y sentimientos de venganza
(en el caso de las novelas desde el victimario).
La narrativa neo de los últimos años, ha revitalizado la
perspectiva desde el victimario, sobre todo en aquellos escritos que han tomado
la temática del femicidio para hacerla material estético y construir la
denuncia a un suceso que desborda las reglas que explican la dinámica social.
Muchas de estas nuevas narrativas policiales
muestran a la mujer como parte de un sistema de referencias al género en el que
hombres (mayoritariamente) ejecutan acciones de opresión sin llegar al crimen.
En otras, la relación coercitiva deriva, indefectiblemente, en asesinato. El
artículo que presentamos despliega un
análisis de las representaciones de la violencia contadas desde el victimario
en dos novelas del nuevo policía argentino -Los
que duermen en el polvo (2017) y La
soledad del mal (2012) del escritor Horacio Convertini.
III.
Novela y
representación de la violencia
La soledad del
mal es una novela hard-boiled
multipremiada, tanto en el Festival Azabache, Mar del Plata (2012), como en
¡Ban!, Buenos Aires Negra (2013), además de en la Semana Negra de Girón en
España. Su autor logra poner el foco narrativo en el victimario, que también, y
antes de ser asesino serial, fue víctima, en un oscuro contexto de colegios con
internado y curas pedófilos. Dialogando con el Borges de La casa de Asterión o El fin,
Báez Ayala, el protagonista, es asesinado en manos de quien, al descubrirlo, le
dará una muerte liberadora.
León, A. (2020)
comenta sobre esas “violencias (que) se han gestado muchas veces en entornos
institucionales como lo son los orfanatos, internados, cuarteles y otras
instituciones”. Báez Ayala se educó en un internado.
Convertini plantea una encrucijada
en esta novela en tanto Báez Ayala, femicida serial, es víctima de un sinnúmero
de violencias y victimario de mujeres, al mismo tiempo. En tanto asesino
detesta a solteronas, calentonas, santurronas e histéricas, es decir, rechaza
un colectivo amplio de actores femeninos con características diversas y hasta
opuestas.
A partir de esa cuádruple
calificación de posibles mujeres víctimas, Báez toma nota detallada de la
conducta femenina a manera de un psicópata meticuloso que utiliza papel y
“una estilográfica de oro” (Convertini, 2012: 12). Una personalidad
de dandi solitario, anticuado, formal; una mascarada con altas dosis de cínico
e hipocresía. Ayala odia a las mujeres y, sobre todo, a esas que ha
calificado de alguna manera como las que merecen morir:
Báez Ayala no mataba a cualquiera. Mataba a alguien
particular en un momento particular de su vida (…) le roía el alma hasta forzar
el punto de quiebre que le diera sentido a su muerte (Convertini,
2012:14).
La víctima central de la novela es Valeria, traductora de
inglés´, sin hijos, que vive en un departamento contiguo a Ayala. Será seducida
y luego rematada con un cable de 200 libras en su propio cuarto. Se configura
como víctima en tanto cae dentro de la tipología: sumisa, indefinida
sexualmente, manipulable y sin un horizonte existencial demasiado claro y, más
bien, signado por la monotonía.
La segunda víctima, Elena, es una mujer de mediana edad que
conoció en Villa Gesell, una mujer que al verla “sintió lástima por ella”
(Convertini, 2012:24). Como un animal nocturno de caza, el femicida se
autodefine como un cazador, que “puede predecir el comportamiento de la presa” (Convertini,
2012:24). Elena corre y entrena en la playa, mientras la mirada de Ayala
descansa sobre detalles del desprecio que asocian gordura con fracaso, alguien
que odia a una mujer por sus “derrumbes de colgajos de celulitis” (Convertini,
2012:25), y que tiene un marido “desagradable, petiso, gordo” (Convertini,
2012:25). El psicópata ha “encontrar (do) a la víctima adecuada que
mereciera la pena” (Convertini, 2012:29). Elena es asesinada con veneno, una
vez que ha sido seducida.
El psicópata mata porque ha perdido todo y, sobre todo, sus
afectos. Esto arma una psicología de sujeto vacío, con mucho odio y dinero que
actúa movido por una pulsión asesina, cuasi religiosa al decir: “fue entonces
que lo advirtió por primera vez. Un destello de claridad (…) Él lo haría.
Liberar a la gente de sus padecimientos. Acaso fuera su misión en la
tierra” (Convertini, 2012:41).
Esto configura una de las notas clave en los casos de
femicidio tratado en muchas novelas negras: el
problema del mal. Una dimensión luciferina de un sujeto que se
autocalifica como alguien que odia al otro y que solamente se regusta en su
propia soledad. Como muchos personajes borgeanos - el Minotauro en La casa de Asterión-, Báez Ayala tiene
una carga culposa y asesina que no cesa y de cuya liberación solo está su
muerte que acaece al final de la novela de la compañera de Valeria y futura
investigadora, Laura Dillon. Ayala es el sujeto femicida estratégico como
muchos casos de violadores, pero resignificado como femicida serial mesiánico
que pone orden con sus muertes a un mundo supuestamente impuro representado por
mujeres débiles con vidas vacías, dolorosas, etc. Su performance supone
penetrar primero su alma (para luego darlas) vuelta como un bolsillo para
descubrir que mierda le pasaba” (Convertini, 2012:49).
La soledad del
mal es una novela que complejiza las
relaciones interpersonales. Valeria es seducida y asesinada. Por ello es
objetivo del psicópata. Dillon, en cambio, es aquel tipo de mujer que puede
atacar al victimario por donde no se lo espera. En su doble rol de
investigadora y vengadora (a la manera de Bella en Le viste la cara a Dios de Gabriela Cabezón Cámara) se sobre-impone
al mal, mata al femicida y produce un cierre catártico al final de la novela.
La segunda novela de nuestro trabajo,
Los que duermen en el polvo, tematiza
el problema de una ciudad fantasmal, Buenos Aires, convertida en espacio
invadido por zombis. Una ciudad que se ha replegado a partir de una muralla en
el barrio de Pompeya, manejada por el ejército y el Estado Argentino. Allí, el
personaje central de Jorge sobrevive en ese sitio amurallado. En medio de esta
invasión, la mujer de Jorge ha desaparecido. Los hechos apuntan a que se ha
cometido un femicidio.
Distintos tipos de mujeres aparecen
en el escenario de la historia: Érica, la esposa de Jorge, Mónica, su compañera
en la fortaleza, una vez desaparecida Érica. Así, Mónica “un gorrión chiquito,
eléctrico, con alma de nena de colegio secundario muy diferente a Erica”)
(Convertini, 2017:6) es el objeto del deseo momentáneo de Jorge, “un hombre de
cincuenta años oscurecido por una pérdida terrible en un mundo agonizante”
(Convertini, 2017:7). Esta tensión Mónica/Érica es significativa a la hora de
configurar dos modelos femeninos en la novela.
Desde la primera persona, aparecen
esas configuraciones de mujeres como objeto de deseo. Jorge es un fracasado que
ha dejado que su esposa se ahogue. Sin embargo, recuerda su cuerpo como eso
inalcanzable y, al mismo, tiempo insustituible: “caderas fuerte, tetas de
nodriza (…) matrona yerma de cuerpo blanco por el que no había pasado el cincel
de la educación física (…) Me gustaba su piel blanca y sus ojos. Y esos labios”
(Convertini, 2017:8).
Sin embargo, como el personaje del Desierto y su semilla, de Barón Biza,
mata para evitar la separación. Ante la imposibilidad de frenar el adiós,
eligen eliminar al sujeto deseado y quedarse con una construcción fantasmal
entre la sexualidad y la añoranza. Ese fantasma, evocado desde la culpas por el
femicidio, es también signo de una posesión exclusiva del asesino, “si no estás
conmigo no estás con nadie'', reza el ‘instructivo’ femicida.
La tensión Erika-Jorge es
significativa. Hay un juego tenso con la sexualidad, como un vínculo
dominado por las mujeres. Como sucede con Laura Dillon en La soledad del mal, algunos personajes
femeninos tienen la iniciativa y manejan el juego de los cuerpos. Jorge sólo
pide y espera y “después de largas temporada de abstinencia a la que lo sometía
(…) podía imaginar las razones del amor de Mónica, pero nunca había podido
imaginar las razones de Érica” (Convertini, 2017:8). Una independencia que
Jorge percibe como enigma a la manera del personaje de Alejandra en la novela
emblema del existencialismo argentino, Sobre
héroes y Tumbas, de Ernesto Sábato. Érica despliega sus pensamientos de
manera personal e independiente; le dice a Jorge: “Yo te amo. Ahora. En este
momento, con locura y a mi modo. Si no te hubiera dejado hace años”
(Convertini, 2017:9). Independencia y autosuficiencias que hacen cultivo de
todo lo que vendrá en la novela.
Érica es universitaria, una
investigadora y, particularmente, una amante del problema de los
géneros. Una luchadora por la problemática de la mujer que la lleva a
convertirse, de alguna manera, en una militante feminista que va a enfrentarse
ideas planteadas por Jorge. Asimetría genérica que se plantea como parte de un
sistema axiológico que pone el foco en un problema relacional en tanto “ella
nunca explotaba del todo (...). Su superioridad sobre mi” (Convertini, 2017:17)
dice Jorge, es evidente. Asimetría que funcionará como fuga pasional y clave
del crimen. Esa superioridad supone el planteo de un esquema de fuerzas que en
la novela será resuelto a través de la eliminación de uno de los polos; en este
caso Jorge dejará que Érica se ahogue en un río del sur de Argentina.
El cierre del crimen es una escena
que interesa fundamentalmente en este trabajo y que se desarrolla en diferentes
lugares de la novela. Corresponde a ese momento de distracción en el que Jorge
y Érica están descansando en Palermo Aike, Río Gallegos. Reseña que se
reconstruyen desde diferentes momentos, como si una cámara tomara instantánea
pero desde diferentes ángulos desplegando un punto de vista narrativo que da
volumen a los acontecimientos: “nos sentamos en reposeras a leer (...) Érica me
dijo que se iba a caminar, tal vez a nadar” (Convertini, 2017:45). Episodio
contado varias veces en la novela para agregar aspectos que arman una trama
entre lo que podría ser un suicidio, motivado por ese desgano pandémico o un
femicidio, a través del abandono de la persona que se está ahogando:
Y me digo (…) (debo) acudir al grito acaso con algo más
resuelto que una mirada (…) (pero) renace la bronca por la conversación (…) en
dos meses me voy a Francia (…) entonces elijo un mundo, el de la novela, y un
grito el de la mujer de papel que se derrumba hacia la muerte (Convertini,
2017:54).
Una conexión cortazariana con Continuidad de los parques a través de
Jorge, que decide, antes el llamado de auxilio de su mujer, seguir leyendo una
ficción que también, de alguna manera, actualizaba el grito de una mujer que
estaba muriendo.
La literatura y el policial negro,
en particular, elaboran dispositivos explicativos en el orden psicológico,
social, cultural e ideológico de lo que guía la mente asesina a hacer lo que
hace en el femicidio. Al meterse en la trastienda del crimen, desbarata el
horror de las mentes atravesadas por la violencia de género y la intolerancia
ante el mundo femenino. Este tipo de operaciones discursivas explicativas se
verifican, tanto en literaturas más antiguas, como en las más recientes
configurando una tipología de actores femicidas caracterizados por el fracaso y la impotencia. Desde el Jorge
Luis Borges de La intrusa, pasando
por El desierto y su semilla de Barón
Biza, para llegar a Las extranjeras de
Sergio Olguín y las dos novelas de nuestro análisis, en una serie posible,
podemos delimitar ciertos aspectos que configuran una matriz preceptiva y
perceptiva dentro del subespacio de novelas negras de género.
En todos los objetos literarios
referidos, la violencia es estructurante de la trama. A modo de cierre de
algunos conceptos, planteamos una taxonomía de violencias en el marco del
delito de femicidio. A partir de nuestro corpus de lecturas proponemos tres
niveles recurrentes de violencias de género. Así se destacan:
- Violencias que ejecutan actores serializados con rasgos
psicopáticos al modo de Báez Ayala en la novela de Convertini. En estos
casos, la modalización del sujeto de hacer victimario está marcada por el
poder-hacer a partir de la posesión de competencias en el orden del saber,
cultural y económico. El rasgo de psicópata potencia, además, el
saber-hacer, a partir de la manipulación de la víctima. En estos casos de
violencia, el desequilibrio de fuerzas se canaliza a través de recursos de
seducción que incrementa la perversión del victimario hacia ese otro-mujer
marcado por la vulnerabilidad.
- Violencias con base en actores refinados, bajo el rótulo de
‘dandis’ o personalidades de la alta sociedad. Es el caso de Mauricio en
la novela de Sergio Olguín, Las
extranjeras, y que en el extratexto nos remite a victimarios de
‘guantes blancos’ al modo de aquellos que en la provincia de Catamarca
asesinaron a María Soledad Morales. Los crímenes en esta tipología están asociados a violaciones, en
tanto el femicidio sucede como manera de ocultar uno o varios delitos
sexuales. Aquí las muertes de mujeres son actos de enmascaramiento de
acciones diversas de estos sujetos acomodados en lo político, social y económico.
La dimensión violenta está modalizada a partir de la conjunción del poder
y del saber hacer en el marco de recursos disponibles y que se podrían
sintetizar bajo el término influencias. Ser violento en estos casos es
síntoma de una impunidad que le permite al asesino sostener la mascarada
de hombre acomodado y refinado mientras en las ‘trastiendas’ se ejecutan
acciones delictivas. La mujer en esta tipología es objeto de deseo más asociado a la
satisfacción sexual, lo que las convierte en actores desechables.
- Violencias singulares que estructuran femicidios singulares e
individuales. Los victimarios aparecen en las novelas signados por la
marginalidad, la impotencia de hacer y el fracaso. Este conjunto de
propiedades del sujeto agresor configuran la mayor parte de las violencias de género
intrafamiliares que resuelven femicidios en el marco de dramas pasionales,
angustias económicas, exclusión social. Lo pasional aparece en estas
novelas como ‘oscuro laberinto’ en el que los hilos que sostienen la vida
se rompen a partir de una voluntad violenta proyectada hacia la
muerte. El personaje central en la novela de Barón Biza,
El desierto y su semilla,
reconstruye este tipo de psicopatía relatando, a través de la autoficción,
la destrucción del rostro de su madre (quien luego morirá) en el marco de
un divorcio familiar. Jorge, en Los
que duermen en el polvo, también comete un femicidio singular movido por la impotencia y el desprecio
hacia su esposa.
IV. Conclusiones
La violencia supone una sintaxis narrativa y
social compleja. El actor violento sutura el conflicto apelando al
desequilibrio de fuerzas entre agresor y agredido. Así, la violencia se
configura a partir del borramiento del otro, suprimiendo la empatía y
cosificando las relaciones orientada a un solo objetivo: eliminar a ese
distinto-cosa que se opone a mis acciones. De ahí que el femicidio es una de
las delictividades que representa con más detalles los elementos constitutivos
de esa matriz violenta, en tanto la
mujer, devenida en cosa-deseable-desechable, constituye el objeto privilegiado
de la sintaxis criminal.
La novelística policial contribuye a mostrar
estas formas de la violencia de género y configurar la arquitectura del hacer
delictivo. Destino incierto del crimen que la literatura, sobre todo la
neopolicial, visibiliza para retratar esta tragedia, la del femicidio, en un
mundo en constante reinvención. De algún modo, la literatura se hace cargo de
un síntoma, la violencia, le pone palabras, para elaborar hipótesis ficcionales
sobre el porqué del crimen de mujeres en el círculo ineluctable de muertes
repetido tantas veces como se actualicen las causas.
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