En la atmósfera de Daniel Moyano
En la
atmósfera (1984) es una nouvelle de
exilio y nostalgia. Un texto que no había leído de Daniel Moyano y que la
editorial El Mensú de Villa María, Córdoba, ha tenido el acierto de publicarla
sola, como el mismo Moyano quería para este texto, que junto con la Cantata
dijo “son los mejores textos que he escrito”.
Fabián Mossello
Novela de atmósfera, eso es En la atmósfera. Un texto que se
construye sobre un espacio que se va haciendo en la red del relato. Moyano es
un gran artífice de escenarios y como en sus mejores textos, Las cantata… Tía Lila, el espacio es lo que son los personajes.
Los personajes configuran la
atmósfera en la que viven, como una semiósfera (Lotman), un mundo de signos,
palabras, gestos, obsesiones, buenas y malas conciencias, nombres. Es decir En la atmósfera no sólo estamos ante una
novela del espacio, sino también ante un tratado sobre la condición humana.
Entonces el espacio se dobla, se pliega, se vuelve a expandir en relación con
el fluir de esos personajes tan de Moyano: el señor Hidalgo, Gretchen, Tula,
Tununa, el señor Palcos, las Gemelas y el yo-narrador-niño/adulto.
Este Yo cumple una función
suturante de las distintas subjetividades que recorren el regional serrano. Si éste
es en principio un lugar pintoresco de las sierras de Córdoba (Cosquín el mejor
candidato), a lo largo del texto se va llenando de sentidos muy sugestivos. Más
allá de los rituales marcados por la inmediatez de las miradas de un niño -matar
moscas, acomodar dulces y comerse a escondidas uno que otro alfajor-, se
transparentan en ese Yo otros yoes adultos (escritor, exiliado) que están
mirando desde las brumas de la vida un lejano entorno serrano añorado y que
guarda seguro las experiencias del propio Moyano.
Del otro lado del océano, los
personajes están ahí, en las valijas del exiliado, entre las gotas de un Madrid
lluvioso y la melancolía del último coñac de la tarde. Ese Moyano de En la atmósfera es un sujeto del
recuerdo que deforma inevitablemente las escrituras, pues frecuentemente
recordamos lo que podemos y no lo que siempre queremos.
A veces ese recuerdo tiene el
color y la violencia de las dictaduras. Ese es el señor Hidalgo, único dueño de
las mercancías regionales. Hidalgo es la suma de todas las facetas del mal. La
escena en el sótano con Gretchen es la de un acoso: “ya han terminado de bajar
los escalones y en el sótano ella no podrá escapar, no hay rincones ni nada”
(19). La escena marca un punto de inflexión en la historia, la bofetada de la
joven empleada a punto de ser violada, su huida a BSAS marcarán el inicio de
una serie de reconocimientos y ausencia que el niño narrador irá cosechando en
el transcurso de la historia. En la
atmósfera es entonces un espacio de ausencias.
Desde ese incidente se irán desgajando
los personajes, se irá disolviendo el grupo humano, pues el señor Hidalgo es un
mecanismo que liquida todas las libertades.
Es decir, el negocio de
regionales opera, como parte de la estética de Moyano, como modelo a escala de
la sociedad construida, según el autor, sobre relaciones jerárquicas, eslabones
de un mundo hecho de niveles de dominación y dominados, y que esconde, además,
simulaciones y mentiras, estafas y robos. El señor Palcos, otro de los actores
masculinos está, en principio, en la cúspide de las jerarquías de valores y
opera como lugar de las referencias axiológicas y punto donde se espeja el cine
de época, y los símbolos de la masculinidad, mezcla de dandy y don Juan. Viene
de la metrópolis, sus perfumes, anillos, autos, trajes, su diente de oro. Por
lo tanto, Palcos viene de la lejana y colonial Córdoba, meca del Yo cuando
pueda escapar del cerco existencial de la atmósfera. Entonces Palcos aparece
como la contratara del señor Hidalgo, mano dura y visible del poder. Un poder
hecho de miradas, silencios, órdenes, gomina y bigote. Un símbolo de quizás las
duras experiencias del autor en manos de la dictadura.
Por otro lado, en el lugar de lo
femenino Moyano siempre ha preferido mujeres fuertes que sufren en sus
ilusiones, y que indefectiblemente su condición de clase frustrará. Tununa es
la mujer más sólida del relato y puente visible entre casi todos los
personajes. Como una madre o una tía, el niño mira a una mujer fuerte y sabia
que llora los amores que se van y vienen, para operar como una Malinche buena y
serrana. Juega con el dominador y conquista al extranjero, pero sabe que al fin
nada más hay más que el barroco aire de la atmósfera.
Tula, otra mujer, joven y enigma,
es el espectro de alguien que pasó por un día por las serranías y se quedo para
siempre “en el aire está entera la Tula, su misterio” (22). Tula liga los
deseos del niño que se está haciendo joven y los juegos de los cuerpos. Pero
Moyano no nos da mucha tregua, detrás de Tula hay también vacío.
Gretchen es la mujer-amor, el
punto más alto del deseo En la atmósfera
y el lugar donde el señor Hidalgo juega a ser el caudillo serrano. Después de
su huida hacia BSAS, Gretchen será evocada por el Yo-niño y las eternas esperas
en el andén. Como el coronel de García Márquez en El coronel no tiene quien le escriba o don Diego de Zama en Zama de Antonio Di Benedetto, En la Atmósfera todos esperan algo o a
alguien; es la espera uno de los temas centrales de nuestra literatura
latinoamericana.
En la base de toda esta
constelación de personajes está el niño, el Yo -ojos, miradas, olfato, tacto,
deseos- cerrando las fisuras de la orfandad. Por eso este texto se acerca mucho
a la Cantata por los hijos de Gracimiano,
pero más vital y positivo, pues el niño logra proyectar esta ausencia de padres
con estas mujeres casi tías o hermanas y restituir cierto orden vital al final
del relato, cuando la tienda del señor Hidalgo sea devorada por los animales y
los insectos.
En la atmósfera también es una novela de las miradas: esquivas,
inquisitoriales, lascivas, furiosas y deseantes, que discurren como el agua
ocasional de los arroyos serranos. En ese espacio se disuelven esas miradas y
los deseo del niño por salir, proyectarse fuera de la inmediatez y la asfixia
del lugar; aunque en otro de los tics de Moyano la salida sea resistir: “esto
te obliga y volver y destejerlo todo, a quedarse como el trozo de hilo en la
mano sin saber para que sirven hilos y manos” (34).
Es decir, se acentúa, a medida
que avanza el relato de esta nouvelle, la idea, a través de la metáfora del
telar, de que todo lo que se dice es parte de un tejido, un sueño sobre
personajes perdidos en las nieblas del recuerdo de cuarenta o más años para
atrás, dice el Yo: “había tejido todas la noche descubriendo un sentido, el
fundamento (...) yo mismo he tejido la trama sin saberlo” (42).
En este trabajo discursivo que
nos presenta el narrador se descubre un doble plano del relato: de un yo/niño/
testigo parte de una historia que discurre en el boliche pituco de la sierras -un
niño despavorido y despabilado que ha subsistido porque ha sabido, como los
sobrinos de Tía Lila, jugar varios
partidos al mismo tiempo-; pero también, es el sujeto adulto el que trama, teje
el recuerdo. Entonces ¿a quién estamos leyendo? ¿Quién escribe? Creo que las
dos trama son una, con las técnicas del estilo indirecto libre, Moyano nos
pasea por esos dos hemisferios y como los chispazos de un encendedor, volamos
de un lado a otro: “ves que la trama existe, es cierta, está allí mismo (…)
Ahora las dos tramas son una sola cosa, apenas chispazos de segundo, tiempo
inexistente lo que hay entre una y otra. Y uno sin saberlo ha ido perdiendo la
conciencia de ser la araña tejedora” (45).
Así En la atmósfera es también un relato del recuerdo. Está construido
sobre las telas de la memoria. Una memoria como todas, fragmentada, antojadiza
y aleatoria que se hace sobre hilos de un mapa de gestos, de tactos, de gustos
de miradas. Como el enorme pastel hueco y de fantasía que el señor Hidalgo
proyecta en sus escaparates, la historia que se cuenta se desvanece como las
arenas de una gigantesca clepsidra. Entonces la memoria será bicéfala: un allá,
Madrid, todo valija, hojas de cuadernos, un vaso eterno en la mano del
escritor; un acá en el que los personajes que “viven, me destejen, me devuelven
a la madeja, al sótano, me tejen como si fuera una trama de arañas invisibles” (45). Y lo que teje y desteje es en definitiva
el lenguaje que, como en otros maestros -Conti, Di Benedetto, Rulfo- adquiere
un espesor que rehace la fabula, la densifica y, al mismo tiempo, la deja ser
una historia común. Moyano escribe historias comunes en clave de poesía, como
el Conti de Mascaró.
Esta oscilación entre el niño y
el adulto; entre el testigo-protagonista y el escritor exiliado es otro de los
aciertos de Moyano; dos planos que aquí y allá se metamorfosean entre el Madrid
húmedo y melancólico, y el niño que mira el mundo a través de las vidrieras con
moscas, la cara de Hidalgo, el dandy farsesco y lujurioso de Palcos o las
mascarillas de cera de Tununa. Doble juego en los espejos rotos de la memoria,
como diría en algún lugar García Márquez.
En la atmósfera es, por último, un relato de iniciación. Un relato
de aprendizaje de ese niño que va descubriendo la parte oscura del mundo, como dijo
Clarise Lispector. El lado perverso y fascinante de las cosas del mundo. Y por
esos el niño-yo aprende que el mundo es ante todo esperas milagrosas que las
cosas mejoren para los pobres. Esperas de que el mundo se saque la mascarilla,
pues ¿quién es quien? ¿Que hay detrás de los hombres y mujeres de mundo? Tal
vez nos enseñe el narrador que lo que hay es una mascara que el relato intenta
develar para no seguir cayendo en el vacío.
Entonces la vida parece ser un
sueño, malo o bueno, unos sueños de ser otro, otra cosa y no poder alcanzarlo
“te habrás dado cuenta (dice Tununa, la filósofa serrana, ‘tía o madre’ del
niño) de qué va la cosa (…) así es la vida” (47). En la atmosfera se descorren las máscaras, se muestra ese lado
oculto de las cosas y en la eterna moraleja de Moyano, los humildes tal vez
sean los únicos que pueden ver el rostro verdadero del mundo.
Un tema clave, como dijimos, es
el amor. El amor opera en la novela como suturador provisorio de la pobreza,
una salida, puente que proyecta a Tununa, al niño, a Gretchen, y demás mujeres
a un hipotético mundo de películas y ensueños. Las mujeres y el niño comparten
esa dimensión del amor como punto de fuga de las murallas invisibles tejidas
por el señor Hidalgo y su paranoica mirada.
En cambio, los hombres muestran
otra dimensión de lo pasional. Quieren a través de la simulación o el
autoritarismo. El amor se transforma en botín de guerra, perversión, acoso,
máscara confusa del deseo mezclado de miedo y violencia. Los hombres adultos
son carne de fracaso “sueños falsos. Deseos inútiles. El Palcos que llegó esa
tarde, a la última, vino seguido por las moscas (…) Ellas no saben de quien se
trata, no pueden reconocer en el señor Palcos” (58). Moscas actor colectivo y
animal que simboliza todo un sistema de referencias asociado con la decadencia.
En el texto las moscas aparecen en los momentos en que la historia se hace malestar de algo. Un malestar que
atraviesa las relaciones intersubjetivas y funciona premonitoriamente. Moscas
del fracaso en Palcos; moscas del acoso en las vidrieras del regional; moscas
de la caída en la escena final de la novela.
En estos últimos tramos de la
novela se produce, a mí entender, un proceso de concentración de algunos
recursos propios de esta etapa en la narrativa de Moyano. Unas escenas que se
insinúan en los primeros capítulos y que al final van delineando esa imagen del
escritor abriendo la valija de los recuerdos, con los personajes de la vida.
Entonces se inicia el último tramo del reconocimiento de una historia, de una existencia
y de la escritura misma. La puesta en escritura o puesta en abismo es decisiva,
y el diálogo ya no es con lo que ha venido contando, sino con esos seres de
papel, ficcionales, que imaginalmente se ven en su equipaje de recién venido:
“mejor vuelvo a poner todo en la valija (dice el narrador-escritor) (…) A lo
mejor no fui yo quien los trajo a Madrid, sino ellos a mí” (53).
Esta implicancia doble entre
autor y personajes termina en mutua necesidad. Nadie puede escapar de sus
personajes y como Pirandello o Sábato, los personajes son fantasmas necesarios
y “está bien les digo ni ustedes van a poder librarse de mí, ni yo de ustedes (…)
Estamos en la Atmósfera, el tiempo donde nos encontramos nunca terminará” (53).
Los lectores agradecemos el buen momento
de lectura que nos ofrece Daniel Moyano en esta breve novela y el habernos
permitido vivir (aunque sea en el intervalo de unas horas) En la atmósfera, su atmósfera y disfrutar del nostálgico enigma de
su vida que indefectiblemente será también la de sus personajes.
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